No hace tanto tiempo conocí al mayor cronopio del gremio de los anticuarios, el más singular de todos. Tiene cincuenta y tres años bien llevados, cráneo de monje eremita, constitución asténica y porte elegante de dandi inglés. Viste vintage como un personaje de los años veintes salido de la serie Peaky Blinders.
Digo que no hace mucho que lo conocí pero no sabría precisar cuándo. La primera vez que lo vi me sorprendió su mirada azul y limpia, inusual en el sector, y un anillo de plata con forma de calavera que lleva en el dedo corazón. En seguida pensé que nos entenderíamos bien: me gusta la gente que va de cara, sin dobleces, que mira a los ojos cuando habla y amo la muerte para comprender la vida. Xavier Vendrell busca tesoros antiguos. Tiene ojo y sabe distinguir lo bueno de lo malo y en su carrera ha rescatado más de una obra anónima dormida en el tiempo para devolverla al mercado con su identidad recuperada. Le gusta relacionarse más con otros cronopios que con los famas. Supongo que es por razones éticas y estéticas. A los cronopios nos gusta más el arte que el dinero mientras que a los famas les pasa al revés y sólo ven detrás de cada obra el símbolo de la media luna rasgada del euro como el tío Gilito que sólo veía dólares allí por dónde pasaba.
Vendrell es un chercheur baudeleriano que no deambula por el spleen de París sino por los Encantes de Barcelona. Su silueta de Lucky Luke se recorta como una sombra por el mercadillo de lo que quedó del pasado y cuando encuentra arte entre las ruinas de las paradas donde se habla árabe, caza. Es un cazador nato y cuando huele la sangre de la calidad de la pintura o el dibujo no perdona. Se equivoca poco pero cuando lo hace aprende bien la lección porqué la paga, a diferencia de los académicos que dictan veredicto como Dioses supremos sin jugarse nada. Cuando no pierdes, juzgar es muy fácil.
Normalmente me manda sus últimos descubrimientos por whatsapp pero hace unos días recibí un videoclip que me dejó desconcertado. Rodado en blanco y negro se le veía cantar con una energía de veinteañero y una voz rasgada a lo Tom Waits. Pensé que se trataba de su hermano gemelo y lo llamé para que me lo aclarase. Resulta que era él, el mismo XV cronopio-anticuario que conozco, que con un grupo de amigos de la facultad de veterinaria fundó el grupo BBsinsed que triunfó en los 80 y los 90. Y ahora han vuelto a lo grande con conciertos en Barcelona y Madrid. Ya lo dicen que los viejos rockeros nunca mueren…Me descargué su último disco y no paro de escucharlo. Es una inyección de adrenalina pura que me ayuda a pasar estos días intensos de frío y de nostalgia en el sur de Holanda: “de las tormentas de los días, la placidez de tantas noches… de las cadenas de la lujuria, los eslabones de la dormida amistad… y esta vez si te vuelves dejarás de ser estatua de sal… envueltos en ceniza y sombra, acorralados en el tramo final…”
La historia de Xavier Vendrell es un clásico de la literatura, es el Dr. Jekyll y Mr. Hyde de Stevenson en versión contemporánea. Es el anuncio que hemos visto mil veces de alguien que de día es de oficinista y de noche rockero. Es Belle du Jour: ama de casa y señora de vida distendida a la vez. Todos tenemos algo dual en nuestras vidas pero muchos no lo confiesan. La confesión de Vendrell es honesta porqué sus dos mundos: el arte y la música son, en el fondo, lo mismo, literatura pura.