LA VANGUARDIA | 22.06.18
Dentro de un año se celebrará el quinto centenario de la muerte de Leonardo da Vinci. No hay ningún pintor antiguo que haya resistido tan bien los avatares del tiempo. Su poliédrica personalidad, su curiosidad ilimitada, su afán por saber y los secretos que hay detrás de sus obras han conectado con el futuro, especialmente con la demanda culturalista actual que consume, ávido, el producto Leonardo.
La presencia del genio en el mercado del arte es rarísima. La última, el Eccehomo que subastó Christie’s en noviembre pasado después de una calculada operación publicitaria y aprovechando el tirón de lo contemporáneo, alcanzó los 450 millones de dólares, un récord. El vídeo promocional con la presencia del otro Leonardo hollywodiense recuerda el video-clip con el que Beyoncé acaba de anunciar su nuevo álbum en el Louvre o el spot publicitario de Ferran Adrià comiendo en el Museu Picasso. El mundo de ayer y el de hoy se necesitan: un intercambio de prestigio por glamour.
¿Quién no ha soñado con encontrar el Leonardo perduto? Ayer Ernesto Solari presentó en Roma la que dice es una de las primeras obras firmadas por el maestro. Se trata de la cabeza de perfil de un arcángel Gabriel coronado con aureola realizado en cerámica vidriada y que podría ser de 1471, cuando tenía dieciocho años. Parece que lleva una firma en la mandíbula cuya autenticidad acredita la grafóloga Ivana Rosa Bonfantino. Una atribución no es una verdad única, no es más que una intuición, la concreción de una idea. Veo que Solari es especialista en encontrar obras dormidas de Leonardo, pertenece a una tipología de profesionales del arte soñadores que confunden los sueños con la realidad.
En todo caso, ahora necesita que la comunidad científica internacional avale su propuesta. En caso contrario ni sus tres años de obsesionado estudio, ni su informe de seis mil páginas ilustrado con estudios técnicos de todo tipo habrán servido de nada: la autopsia de un cuadro es un ejercicio literario, apasionante e incierto. Ni el profesor, ni la grafóloga estaban con Leonardo cuando el artista presuntamente pintó esta cabeza, la firmó con primor y luego la puso en el horno para que se cociese y durmió perdida hasta hoy. ¿Un deseo puede cristalizar en verdad? En un palmo cuadrado de terracota pintada se concentra otro enigma: Leonardo.
Artur Ramon