Los labios de la Mona Lisa.
Artur Ramon | miradorarts.com
Un rostro humano no está concebido como un fragmento, sino que es un conjunto en el que cada parte se complementa y suma.
Cuando pienso en las bocas más bellas que he visto en el arte aparece la Mona Lisa, con sus labios creados para el beso forzando una enigmática sonrisa. La misma que pondría la mujer de tus sueños después de una primera cita sin opción a premio.
La boca pintada, sí. No pienso tanto en las bocas de labios carnosos que pintó Tom Wesselmann en sus desnudos de mujeres que se habían bronceado con el bikini puesto, ni en los labios-sofá (Freud se pondría las botas) de Mae West en una de las salas más visitadas del museo Dalí de Figueras. Estas bocas son demasiado pop para mí, obvias. Más bien pienso en bocas antiguas como la apretada de la ninfa que sale del agua en el lienzo de Courbet en el Metropolitan de Nueva York. Su fuerza no está en lo evidente sino en su boca de leve color carmín, prieta como una piedra. Bocas selladas como las de la lolitas que pintó Balthus y hoy estarían condenadas a la hoguera de lo pictóricamente incorrecto.
Felipe IV era feo, cara de besugo y ojos de tonto, pero su boca era carnosa como un fresón. Así lo retrató Velázquez de joven, sin el bigote horroroso, pre daliniano, que llevaría de mayor y que tapaba sus labios de besador profesional. En cambio, Inocencio X tiene una boca casi sin labios, cerrada como una cremallera. De allí salió la frase que quiso herir al pintor pero que paradójicamente fue su mayor elogio: “troppo vero” dijo el Papa al verse retratado. Si retrocedemos, Tiziano pintó sus Venus y Danaes con boquitas de piñón, pedazos de cerezas en pieles de marfil que contemplaba Felipe II en sus aposentos más íntimos y llamaba poesía a lo que era embrión de pornografía.
Con la Contrarreforma proliferaron imágenes que eran una apología del martirologio. Dolor y placer, misticismo y paganismo. Entre los pintores barrocos más sensuales me quedo con Francesco del Cairo y sus Herodías dormidas sujetando la cabeza del Bautista aún caliente, después de haber sido decapitado. Con esmero, le va cosiendo la boca para que no hable, aunque esté muerto. Bocas entreabiertas donde se adivina el suspiro tan espiritual como carnal. La santa Teresa de Bernini tiene la misma boca de éxtasis producida por el orgasmo divino. La transverberación hecha mármol y concentrando todo el esfuerzo espiritual en la cavidad bucal donde se ven los dientes perfectos de la santa como perlas, y casi olemos su aliento místico. Envuelta en su hábito como un sudario, adivinamos su cuerpo tenso, su mano se coge en la roca y el pie desnudo le ha quedado enrampado como si estuviese nadando.
Entre las bocas más bellas de la pintura antigua está la de la Fornarina que pintó Rafael. Viendo sus labios perfectos como las alas de una mariposa puedes comprender que uno de los grandes maestros del Renacimiento se sacrificase en el altar de esta Diosa. Vasari, su biógrafo, explica que un día Rafael se extralimitó en sus placeres carnales y llegó a su casa con fiebre alta. Los médicos le practicaron una sangría que lo llevó a la muerte el mismo día que cumplía treinta y siete años. «Leonardo nos promete el cielo, Rafael nos lo da» sentenció Picasso. Rafael encontró el cielo besando estos labios lascivos y hermosos de la Fornarina, pasaportes para el Paraíso.
Como un marsupial insectívoro, Rafael murió a causa del sexo llevado al extremo con la Fornarina.
¿Quien era la Fornarina? Flaubert sentenció: “una mujer hermosa y esto es todo lo que debes saber”. La retrató varias veces con sus grandes ojos negros y su boca sensual. Es la donna velata del Pitti vestida con ropas caras como una princesa antigua. Parece que se llamaba Margherita Luti y era hija de un panadero de Siena. Una adolescente que sedujo al gran pintor, retratada con el torso desnudo y una esclava dorada en la que firmó: “Raphael Urbinas”. La tela que escondía sus senos está mojada y ahora cubre su vientre, que vemos en transparencias. Un objeto de posesión. Como un marsupial insectívoro, Rafael murió a causa del sexo llevado al extremo con la Fornarina. Estos labios le llevaron a un final innecesario y precoz. Y es que la boca puede presagiar un sueño o preconizar nuestro final.
Si un día lograse cenar con la Gioconda miraría sus labios de mariposa y sus dientes blancos, y antes de sentir la frustración en su sonrisa me diría parafraseando a Pablo Neruda: “Me gustas cuando callas porque estás como ausente, y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca. Parece que los ojos se te hubieran volado y parece que un beso te cerrara la boca”.