Hace casi tanto calor en Londres como en Barcelona y el camino del apartamento a la galería se hace más duro con el uniforme de trabajo y la humedad que sube del Tamesis. Cuando paso por Leicester Square a la altura del casino Empire hay una sala de multicines donde hace más de diez años en una preview de Vanilla Sky ví a Tom Cruise y a Penelope Cruz cuando eran pareja si es que lo fueron alguna vez. Me cole entre la multitud y le pude dar la mano a Cruise, algo que ni mi mujer, ni mis amigos se hubiesen creído (tiendo a la fantasía) pero por suerte una prueba confirmaba mi encuentro. Al día siguiente, cuando ya marchaba de Londres, encontré que en la portada del Evening Standard reproducía justo el momento en que saludaba a la estrella: nada es bello sin el azar…
Me encierro como una rata de biblioteca en esta cárcel de lujo con bellos libros como ladrillos y los dibujos que se imponen con su presencia más allá del tiempo. Cuando no vienen los visitantes me dedico a estudiar y a escribir. Y pienso en Anna que debe estar recorriendo uno de sus itinerarios londinenses, ya de vacaciones, y miro a través de sus ojos la ciudad que desde aquí no veo. Cojo con ella la Northern Line hasta Camden Town y veo los edificios de ladrillo cerca de los canales, un mundo que está entre Disney World y lo kitsch o quizás ambos son lo mismo. Al final del puente, hay un caballo formado por chapas como salido de un De Chirico. Debajo de un puente hay una moqueta de césped artificial con unas hamacas ahora vacías pero donde los fines de semana descansan los británicos con una cerveza en cada mano. Recorro a través de los ojos de Anna los caminos empedrados donde antes habían los establos y ahora hay tiendas de ropas vintage. Y llegamos a los puentes desde los que se ven los canales de aguas turquesas salidas de un cuadro prerrafaelita. Little Venice, sí, una pequeña ciudad de los canales incrustada en la capital británica con sus barcas y sus góndolas pero sin los turistas. Y en la colina se divisa el perfil de acero de la City entre nubes de algodón que hubiese querido pintar Constable. Al fondo hay un árbol que se parece mucho a un dibujo a lápiz que ayer vi en Christie’s, un fragmento de una composición de Caspar David Friedrich de una ermita.
Respiro con la imaginación el aire libre de la gran metrópolis perforada de pulmones, sus parques. Mientras en Mayfair hay tranquilidad en esta mañana donde todos los clientes están en el casino de las subastas. La industria siempre gana a la artesanía, el prêt-à- porter a la sastrería tradicional.