El confort del hogar
Sale el sol en Londres justo cuando llega Anna, mi mujer. Pienso en la idea del viaje como una promesa de la felicidad mientras leo el libro The art of travel de Alain de Botton (Penguin 2002), un escritor francés que se ha inventado la escuela de la vida (www.theschooloflife.com). Se nota que es arquitecto y que relaciona sus textos con los de otros escritores y artistas en un recorrido original que es el reverso de las guías que nos dicen lo que hay que ver o comer. Hace poco leí el Homage to Barcelona de Colm Toíbín y me pareció una aproximación interesante a la ciudad y pensé que estaba escrita con los ojos abiertos y sin prejuicios hasta que escribe sobre la Sagrada Familia y cita la fachada de la pasión y no habla de Subirachs cayendo en la tentación del prejuicio, en lo que le han dicho sus amigos modernitos de la ciudad.
Desayunamos en Regent’s Street dos capuchinos y dos napolitanas por veinte libras. Quizás tiene razón Di Stefano y la ciudad va a explotar de cara, de estafa. En la previa de Sotheby’s hay dos cuadros que me gustan: una cabeza de vieja de Rubens y una grisalla de Van Dyck. Me inquieta la escultura que representa la muerte, en boj, del Sur de Alemania de principios del XVII que me remite a las pinturas del mismo tiempo: reflexiones sobre la brevedad de la vida. De los dibujos me quedaría con Salviati, Canaletto y Füssli, tres obras maestras para una gran colección o museo.
Vienen a la galería conservadores de museo americanos y algunos privados, entre ellos reconozco al escultor Anish Kapoor acompañado de una joven británica de piel de mantequilla. Es de los pocos artistas contemporáneos que admiro, su obra me parece coherente, importante. No juega a la impostura como hace Damian Hirst que ahora vende réplicas de antigüedades en la Bienal de Venecia. Escribiré sobre esta cuestión en Culturas, la idea de la no memoria.
Ya en el apartamento me gusta observar cómo cae la tarde sobre la fachada de ladrillo de la casa de enfrente con sus apartamentos también de alquiler. Este es el feudo de Airbnb como lo debe ser casi todo Londres. Yo también formo parte de la plaga del turismo aunque me considere un viajante. Debajo hay el bar Zizzi y veo a las camareras como van y vienen sirviendo comida rápida en la terraza. Si subo por Endel Street parece el Trastevere con las mesas puestas con manteles de hule con cuadrados rojos y la gente comen pizzas gigantes y fish and chips, pero no huele a Roma. Londres tiene un aroma especial que notas en cuanto sales a la calle, una mezcla de comida exótica y humanidad. Regreso a mi casa de aquí y con Anna llega la celebración de la vida y el confort del hogar.
Contiuará…