¿Por cuánto tiempo más habrá que cargar el peso de los pecados? Pere y Josep Santilari presentan obras en la galería Artur Ramon sobre el tema de los siete pecados capitales. Los dibujos y las pinturas de estos dos artistas de trayectoria realista vuelven a exhibirse para deleite de los sentidos y placer de quien las puede contemplar. Las vanitas creadas por los Santilari convidan a un viaje sensitivo, desde el barroco hasta el presente.
Los siete pecados capitales. Los placeres de la vida
pero el pecado es tormentoso y arrebata en su remolino a quien lo roza.
Sopla y cambia de piel con la velocidad del fuego que devora los mejores propósitos
y no consigue nunca disimular con bellos atavíos el rabo y la pezuña.
Es igual que un color que aúlla entre las flores.
¿Y son ésas las tintas que utilizó Hieronymus?
¿Qué pecados mezcló para alcanzar la negrura de la pesadilla?
(Olga Orozco, Hieronymus Bosch en desudada compañía. La noche a la deriva, 1984).
La galería de arte Artur Ramon ha inaugurado una sugestiva y exuberante exposición que lleva por título 7 pecats capitals, amb Josep Santilari i Pere Santilari. En este espacio de arte, radicado en la calle Bailen 19, el buen hacer ilumina espacios y dispone a las almas para el deleite y la belleza. La riqueza cultural que atesoran las personas que dirigen la empresa artística Artur Ramon compite en igualdad de condiciones con el potencial y la diversidad de piezas que llenan los fondos de esta veterana galería. Tal es lo que acontece estos meses con la instalación 7 pecats capitals, amb Josep Santilari i Pere Santilari, que no se trata solamente de admirar los trabajos de los artistas gemelos de Montgat, sino también de disfrutar de la originalidad que consiguieron imponer en los espacios de la galería de arte. Entrar estos días en la Artur Ramon es hacerlo en un sancta santorum, en una naos; burbuja de los tiempos que provoca a los visitantes mientras los hace viajar por tierras y mares, y cinco siglos de vida.
Algo similar – guardando las distancias – se pudo ver en los meses pasados, allí mismo con la creación de la artista ferrolana Pamen Pereira, la instalación Tiempo imaginario, un haz de sugestivas invenciones de Pereira. La artista elaboró piezas que combinaban visiones del pasdado con la utilización de tecnologías audiovisuales muy actuales. En Tiempo Imaginario Pereira, creadora de fuertes raíces telúricas y filosóficas, apostaba claramente por el juego con el tiempo, con la intemporalidad.
Pere e Josep Santilari, artistas realistas. 7 Pecats Capitals
Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo
por vena de coral o celeste desnudo.
Mañana los amores serán rocas y el Tiempo
una brisa que viene dormida por las ramas.
(F. García Lorca. Oda a Walt Witman. Poeta en Nueva York, 1940)
Los hermanos gemelos Josep y Pere Santilari (Barcelona, 1959), son un caso excepcional dentro del panorama artístico actual. Licenciados en Bellas Artes, trabajan juntos en el mismo taller, en la villa costera de Montgat, y sus producciones son también parejas. Desde la óptica realista, elaboran dibujos y pinturas que con dificultad se pueden diferenciar. Los paisajes (mayoritariamente vistas de Barcelona desde Montgat) se combinan con bodegones, austeros, verdaderas impresiones de luz. Los Santilari retuercen el tiempo, y hacen que los bodegones –de raigambre barroca– se actualicen y sean fieles a la realidad de los artistas: bandejas de aluminio, cubiertas de plástico traslúcido, para albergar frutas o quesos que también pudieron ser modelos para artistas barrocos. Las pinturas de figura humana –más habituales en la producción de Josep– se mezclan con vanitas, ya pintadas, ya dibujadas. Han hecho exposiciones en Barcelona (Fundació Vila Casas, 2008), en Badalona (2011), en Madrid, Londres, New York, o París. A comienzos de 2015 los hermanos Santilari expusieron sus magníficas obras en la galería Artur Ramon, en aquellos momentos sita en el carrer de la Palla, con el título L’Altra Llum.
En febrero de 2013 el Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC) –nada menos– presentó al público el documental del cineasta y escritor David Trueba, El Cuadro. Con la publicación de su novela Saber perder, Trueba conoció a los Santilari, pues la portada del libro llevaba un cuadro de Josep. En el coloquio posterior al pase del film El Cuadro, Trueba aseguró que realmente había visto a dos artesanos laborando con la meticulosidad y las ansias que utilizan las personas que aman su oficio. Y ese fue uno de los motivos por los que les propuso poder presenciar (y filmar) la génesis de una de sus obras: acudir a largas sesiones de trabajo (como si viajase al siglo XVII). El cineasta venía de Madrid de vez en cuando, instalaba la cámara en el taller, y grababa. En el documental El Cuadro se asiste a la preparación de la pintura Ell@ –un lienzo pintado al óleo, de 185 x 175 cms.– (desde la llegada de la modelo y la pose a escoger, pasando por las fotografías) y las posteriores etapas de creación: el dibujo y la cuadriculación de la tela, la pintura de los fondos, de las ropas y, por fin, lo más difícil. Las tonalidades del cuerpo de la modelo. El realismo es un apuesta por el perfeccionismo, por la meticulosidad, por un virtuosismo de orfebre.
Desde hace unos cinco años comenzaron a trabajar el tema vanitas, tan barroco, teniendo como referente principal la calavera humana. Y más recientemente van por lo que los artistas de Montgat llaman la serie del Gran Artista. Se trata de dibujos concebidos como homenajes a grande creadores del pasado, como Rembrandt o Leonardo.
7 Pecats Capitals. Hermanos Santilari. Barrocos
No importa que cada minuto
un niño nuevo agite sus ramitas de venas,
ni que el parto de la víbora, desatado bajo las ramas,
calme la sed de sangre de los que miran el desnudo.
García Lorca. Navidad en el Hudson. Poeta en Nueva York, 1940)
Para entender mínimamente cuál es la propuesta que se ofrece en Artur Ramon con 7 pecats capitals, amb Josep Santilari i Pere Santilari, se puede afirmar que la intemporalidad que se condensa en las salas gravita entre la Mesa de los Siete Pecados Capitales, de Hieronymus Bosch, esa joya del século XVI que se conserva en el Museo del Prado y el film Seven–Se7en (1995), de David Fincher, protagonizada por Morgan Freeman y por Brad Pitt. Esos dos referentes son el afelio y el perihelio de la elipse en la que se convirtió la galería Artur Ramon, y que envuelve a quien entra a gozar de la tal instalación. Se trata de los siete pecados capitales, los placeres de la vida. La exposición es el resultante de sumar ocho obras de los hermanos Santilari, junto con aquellas piezas con las que la galería Artur Ramon decidió acompañar las ocho creaciones citadas (en complicidad con los artistas), y que deviene una representación. El Teatro de las Vanidades. Don Pedro Calderón de la Barca lo dejó escrito en su preclaro El Gran Teatro del Mundo, donde anuncia: Y para que desde tí / a representar al mundo / salgan y vuelvan a entrarse, / ya previno mi discurso / dos puertas: la una es la cuna / y la otra es el sepulcro. Representación vital, el juego cíclico, la danza espiral de los espacios y de los tiempos.
El juego primordial entre Eros y Thanatos. La vida.
En esas piezas que versan sobre la gran espada que pende por encima de la humanidad: los pecados capitales, la luz es el eje de la producción, la dictadora del trabajo, la maestra que les anuncia cuando dar por terminada la obra. Investigando las maneras de trabajar de los grandes maestros, los Santilari logran alcanzar la luz caravaggesca, la luz dirigida, provocada por un foco de claridad que deja muchos espacios a oscuras. La luz reveladora del acto pictórico. Luz/Sombra, ingredientes de los siglos y de las pinceladas, caprichosas aliadas de la transcendencia artística. ¿Cómo pueden Josep y Pere inventar los blancos que lucen algunas de sus vanitas?
Las ocho piezas de los hermanos Santilari –verdaderas alhajas del arte figurativo– fueron creadas entre los años 2015 y 2017. Son fruto de un quehacer pausado, confiado; insistente. Son fruto propio de artistas que creen en su quehacer, en sus orígenes históricos y en su realidad presente. Lo atractivo de esas ocho piezas está en la perfección técnica que logran en todas ellas; y también en sus concepciones. ¿Cómo representar la lascivia o la acidia con muy escasos elementos; pero que sean comprensibles metafóricamente? Ese proceso de elucubración, de procurar los mejores modos de transmitir el concepto de cada pecado, es muy meritoria. Hay muchas horas de trabajo, ¿de sufrimiento, de placer? Ya dijo en su día el gran bate lisboeta (Pessoa): O poeta é un fingidor / Finge tao completamente / Que chega a fingir que é dor / A dor que deveras sente.
Codicia y Vanidad. Aliadas o competidoras?
Las flores mal despuntadas
de sus rosados capullos
saldrán la primera vez
a ver el Alba en confuso.
Los árboles estarán
llenos de sabrosos frutos,
si ya el áspid de la envidia
no da veneno en alguno.
(P. Calderón de la Barca. El Gran Teatro del Mundo. 1655)
Según escritos cristianos, los grandes pecados que cometen los humanos tienen su origen en uno solo: la soberbia. La vanidad y la vanagloria son, por tanto, los ejes mentales y/o espirituales en los que germinan en resto de degradaciones morales a las que llega con facilidad la humanidad. También es cierto, en contraposición, que la psiquiatría cataloga a estos “pecados” como manifestaciones de inteligencia emocional.
Para sintetizar la metáfora, la esencia, el concepto de Soberbia, Pere Santilari –ese virtuoso del lápiz– elaboró, sobre cartón Schoeller, un diseño de 25×30 cms. Así de complicado. Casi todo el fondo del dibujo es un fondo negro, excepto la escasa línea de luz que ilumina la mesa sobre la que se asientan los tres objetos que sintetizan el pecado de los pecados. La luz blanca, fría, llega de la derecha y golpea a mesa, el reloj, la calavera y el espejo circular. El punto de vista bajo, como si el espectador se tuviese que conformar con ser “inferior” a la calavera narcisista. Un reloj de bolsillo, referente del luxo y del imposible control del tempo, la calavera que se mira, regalada, no espejo. ¡Que magnífica manera de decir tanto con tan poco! Este dibujo, tan reducido en sus dimensiones y tan grande en su ejecución y significado, ¿se estudiará como el verdadero mito de Narciso? To be or not to be. En la Mesa de los Pecados, Hieronymus Bosch presenta a una mujer de espaldas que se mira y admira en un espejo aguantado por un demonio.
La vanidad puede ser tan poderosa que hasta la calavera se sigue admirando en la imagen que el espejo le devuelve. Sobran los estanques y superficies acuosas donde admirarse el mozo, enamorado de si mismo. ¡Cuánto trabajo en semejante dibujo! Los lápices negros oscureciendo casi toda la superficie del papel. Pero, ¿de dónde sale esa luz blanquecina? ¿De una niebla algodonosa?, ¿de otro mundo? Los numerosos lápices Faber-Castell de Pere resiguen los pormenores de juntas, volúmenes, prominencias y cuevas de la calavera. La vanitas Supérbia va, acompañada de leones, animal soberbio. Leones en acuarelas, en madera, etc.
¡Y qué decir de los modos que usó Pere Santilari para sintetizar la envidia ese pecado tan hispano! La vanitas que también se concentra en escasos elementos, que agranda la negrura de los fondos, que eleva el punto de vista del espectador sobre los cuatro objetos hasta perderla en la oscuridad caravaggesca. ¿Pretende Pere con tales artimañas salvar a los espectadores de ese pecado? La luz llega de la izquierda, un vaso de flores blancas, sobre la mesa un ramita de encina y un fruto de ciprés, dejando a siniestra mucho espacio a la calavera ciega. El meticuloso trabajo contra la fragilidad y levedad de la vida de las flores blancas. Las hondas órbitas oculares tapadas por un cordel blanco: la envidia impide la contemplación de la belleza; imposibilita disfrutar la vida.
¿Que diría Sanchez Cotán, el pintor barroco de bodegones tan austeros, de estas vanitas?
Abundan las referencias a estos pecados en otras artes. Citizen Kane, film de Orson Wells (1941) es un ejemplo perfecto para la soberbia, así como Paradise Lost, de John Milton –ese poema que vangloria a Satán– vale en la literatura. Muchas son las películas que tratan la envidia: Amadeus (1984), de Milos Forman?, esa envidia malsana de Salieri contra Mozart? Y libros? Othello, de Shakespeare: la envidia que Iago siente contra Othello, el moro de Venecia.
La acidia buena consejera de la lascivia
¡Qué dulce es una cama regalada! / ¡Qué necio, el que madruga con la aurora, / Aunque las musas digan que enamora / Oír cantar un ave la alborada! / (…) / ¡Salve, oh Pereza! En tu macizo templo / Ya, tendido a la larga, me acomodo. / De tus graves alumnos el ejemplo.
(M. Bretón de los Herreros. Soneto a la pereza, 1850).
Cada uno de los siete pecados capitales (7 pecats capitals, amb Josep Santilari i Pere Santilari) ocupan espacios diferenciados. Y, para obviarlo físicamente, los responsables de la galería decidieron que al lado de cada una de las vanitas de los Santilari, se colgase una banderola en la que se reproduce un detalle de cada una de ellas, ampliado fotográficamente diez veces. Así la banderola abre el espacio destinado a cada uno de los 7 pecados, al tiempo que permite escrutar las técnicas que los Santilari utilizaron para dibujar y pintar. Técnicas detallistas, meticulosas, que los llevan a trabajar con lupas.
Josep Santilari firma Peresa, una vanitas con un dibujo delicioso. La luz, más bien cálida, entra por la derecha e ilumina la calavera y las tres conchas de caracol que la acompañan. El punto de vista bajo, como si el espectador también se cansase, poseído por la acidia, y mirase el conjunto con el mentón reposado en la mesa. Sobre fondo prácticamente ciego, la calavera semeja fundirse sobre la superficie sobre la que reposa, gandula. Y las conchas de gasterópodo redundan en la metáfora de la galbana. A la calidad técnica hay que añadir esa luz que mismo parece importada de las telas de Rembrandt o de Ribera. ¿Cómo es posible representar la oscuridad absoluta y la blancura impoluta en una obra de tan menguadas dimensiones? El Bosco, en su Mesa resume la pereza en el sueño de los personajes.
Viajando desde el perihelio al afelio de los espacios de la galería Artur Ramon, llega el turno de la lascivia. La vanitas titulada Luxúria la firma Josep con un dibujo que va más allá de la metáfora y de la representación. En esta ocasión los trazos a lápiz incluyen dos calaveras, que ocupan todo el espacio del dibujo, dejando poco margen a derecha e izquierda, y además se tocan por la parte de la cara. La de la derecha está en la posición que tuvo en vida (la bóveda del cráneo arriba), mientras que la de la izquierda se presenta invertida. ¿Juego morboso o irónico? ¿Pretende el artista dar a entender que son calaveras de dos amantes, carcasas vacías, que en su realidad post-mortem se buscan la una a la otra? Para seguir el juego erótico y sexual de la composición, en primer plano están representados con todo detalle un caracol de mar y una almeja abierta. El extremo del caracol penetra dentro de las cavidades del bivalvo.
Las referencias a la lascivia en la literatura son incontables. Es más, hay un género literario que responde exactamente al concepto de este pecado, la literatura erótica. Como clásico de la literatura erótica es necesario citar a Madame Bovary, el roman de Gustave Faubert, que relata las aventuras amorosas de esta mujer de La Provenza, cansada de su vida aburrida y monótona, llevada al cinema en muchas ocasiones. Y, ¡cómo no!, Romeo y Julieta, de Shakespeare, donde Julieta declara ante Romeo: Es verdad, mi Montesco, que soy muy apasionada / y puedes pensar que de conducta ligera; / pero confía en mi y demostraré ser más fiel / que las que saben fingirse discretas.
Y en el cine hay producciones como Shame, de Steve McQueen (2011), la historia de un mozo neoyorquino obsesionado con el sexo. En el caso de la holgazanería, se ve ésta reflejada en The Big Levowski, de los hermanos Coen (1998). Y como perezoso literario sirva Oblómov (1859), la novela de Iván Goncharov, una dura crítica a la pasividad de la nobleza rusa.
Metafóricas vanitas de intemperancia y rabia
Funme achegando. Pegueime a el. Saquei a subela e metinlla aquí na virilla. Despois tirei para arriba ata sentir as mans quentes de sangue. Cabíalle un puño polo buraco. Caeu redondo. Ninguén dixo nada. Naquel momento abría a quen fose. A min chulos, non. (Carlos Casares. A Capoeira. Vento Ferido, 1967).
Los hermanos Santilari juegan a llevar a los visitantes por motivos temáticos y estéticos que llegan a hogaño desde el centro del siglo XVII. El arte, la creación plástica, es muy caprichosa. Se puede considerar que, a lo largo de los tiempos, hay constantes que se repiten de vez en cuando; gustos estéticos que desaparecen que que, otra vez, ganan el favor de artistas y público. Uno de estos estilos es la suma de movimiento, de vida, de espiritualidad compleja, de realismo duro, que se conoce con el nombre de barroco. Los hermanos Santilari son verdaderos resucitadores de los modos barrocos; para fiesta de los sentidos, para goce de quien contempla.
El color de la ira, se dice, es el rojo, asimilación con la sangre que se acumula en los sesos y ciega la vista. Así se lo muestra a los infantes en cuento El Monstruo de los Colores, que se puede encontrar en todas las librerías que hay en museos y galerías de arte. Para sintetizar la rabia en poco espacio y menos elementos, Josep optó por presentar una vanitas que simplemente mostrase una calavera humana pelada. Sin acompañantes. El cuadro al óleo con fondo negro, alumbra una calavera blanca, que mira a la derecha, sobre un soporte de tintas embermejadas. La luz, también alba, fría, llegada de la derecha, hiere los espacios de la cara calavérica para mejor mostrar los estragos del Tiempo. La ira, la violencia, la rabia, están evidenciadas en la hendidura que la calavera tiene en la sien del lado izquierdo. Un golpe, un violento culatazo, hundió el cráneo y le provocó la muerte. Composición que resume en el realismo, en los trazos delicados y minuciosos del mínimo pincel, una guerra, una vendetta entre vecinos. En la galería Artur Ramon el cuadro de Josep va contextualizado con unas cuantas piezas de buena hechura y mejor calidad: entre dibujos de racimos de uva blanca y tinta, aparece con todos sus colores bermejos el lienzo Combat, de Mariano Fortuny, y el aguafuerte de Goya, Lluvia de toros (de la serie Los Proverbios). La rabia la escenifica El Bosco con una lucha a cuchillo entre dos homes.
En la entrada de la galería Artur Ramon, y dentro de la instalación 7 pecats capitals, amb Josep Santilari i Pere Santilari, el primer pecado, el primer placer que encuentra la persona visitante es la Gula. La vanitas que Josep Santilari inventa para el apetito exagerado de comer y beber –dentro de las maneras que ofrecen las ocho obras que presentan los hermanos de Montgat– es especial, rara. El lienzo, de reducidas dimensiones, recibe la luz por la derecha, luz tenebrista, más cálida que en otras composiciones, resalta mucho el primer plano, los elementos que acompañan la calavera. La calavera queda en penumbra, difícil de distinguir, e iluminada desde atrás. Lo que más se distingue, en este caso, es el arco cigomático izquierdo. Lo mismo acontece, evidentemente, en la banderola que en grande reproduce una banda de esta vanitas: lo que de verdad se pode contemplar son las pinceladas de colores mis claros que delimitan con total detalle el arco cigomático. Los elementos que acompañan a la calavera son objetos que hablan de comida selecta: uvas, ostras y un tapón d e una botella de champagne. Alrededor de Gola hay un óleo del siglo XVII, titulado La Festa del Gatet (Frangipane), una mesa también del XVII sobre la que descansan ricas copas de vidrio del XIX, así como granadas. Hieronymus Bosch ridiculiza la gula con personajes que se hartan de comer y beber.
También hay muchas representaciones en otras artes para estos dos pecados. A voracidad se representó en el film La grande bouffe (1973), de Marco Ferreri, o en Delicatessen (1991), de Jean-Pierre Jeunot e de Marc Caro. La rabia desbordada encuentra buen albergue en el libro La Naranja Mecánica, de Anthony Burgess, que se popularizó a partir de la película homónima que Kubrick firmó en el año 1971. Por supuesto en el cinema son incontables los casos en que el tema central de la cinta sea la rabia, la violencia: Pulp Fiction (1994), o Reservoir Dogs (1992), de Tarantino, El Resplandor (1980), también de Stanley Kubrick, por citar sólo unos pocos ejemplos.
Egoísmos, mezquindades, por partida doble
A decir verdad, no es poco trabajo el de guardar en la casa una gran suma de dinero, y afortunados aquellos que tienen su caudal bien colocado, y no conservan más que el necesario para su gasto! Bastante trastorno es este de tener que inventar, por toda la casa, un escondite fiel; pues, por mi parte, las cajas fuertes me resultan sospechosas, y no quiero nunca fiarme de ellas. Me parece realmente un claro cebo para los ladrones, y es siempre el primero que estos van a atacar.
(Jean-Baptiste Poquelin, Moliere, L’Avare, 1668)
Al llegar al lugar reservado para la avaricia, dentro de 7 pecats capitals, amb Josep Santilari i Pere Santilari, salta la sorpresa. Hay dos óleos sobre tela, dos. Uno de cada uno de los hermanos Santilari. El estilo realista, el detallismo, la minuciosidad de ejecución, todas esas características están presentes en las dos piezas, tituladas igual Vanitas – Avarícia, una de 2015 y otra de 2016. Pere optó por idear la vanitas con un punto de vista alto, la calavera levemente iluminada, girada a la izquierda y en la posición más habitual. Mientras que Josep decide invertirla (dando un sentido más trágico e inquietante al resto humano), y mostrarla con un punto de vista bajo, lo que acerca todavía más a la persona espectadora a la escena avarienta. La calavera volteada de Josep va acompañada por unas monedas en primer plano, y de otras que le llenan las cavidades de los ojos. ¡La calavera codiciosa llorar monedas actuales!
La escena que creó Pere se completa con monedas y con un billete de 200 euros. Dos ejemplos para demostración del virtuosismo de estos artistas neo-realistas. Las obras que los Santilari crearon para la codicia van acompañadas por un óleo holandés del siglo XVIII: Muchacho contando monedas, por una arqueta de hierro alemán (XVII) –verdadera caja fuerte de la época–y por un escritorio catalán, alhaja de la misma centuria, con incrustaciones de hueso, de factura muy delicada.
La codicia tiene literatura propia. Es suficiente con citar L’Avare, de Moliere, que tan bien refleja la avaricia extrema de Hiperión. Y en el cinema, otro tanto. Dos ejemplos: There Will Be Blood (Pozos de ambición) (2007), dirigida por Paul Thomas Anderson, y El obo de Wall Street (2013), de Martin Scorsese.
Lito Caramés