La última vez que vi a Gabriele Finaldi fue el pasado dos de diciembre de 2014 en una conferencia que dio sobre Annibale Carracci y la Galeria Farnese en los cursos del Prado que alberga la Fundación Francisco Godia de Barcelona. Con voz de barítono, Finaldi recorrió virtualmente la galería romana con pasión y rigor. Al finalizar me acerqué y conversamos sobre aspectos relacionados con el mundo del arte y el museo del Prado del cual él era entonces director adjunto. Llegó a Madrid en 2002 llamado por el director Miguel Zugaza. Dos hombres y un destino: renovar la pinacoteca nacional. En estos trece años de trabajo codo a codo el tándem Zugaza-Finaldi, entonces con menos de cuarenta años, ha sido clave para el Prado. Han remodelado el museo no sólo con la necesaria ampliación, -soberbia la intervención de Rafael Moneo-, en el edificio de Jerónimos sino que han reordenado las colecciones de manera cronológica, han realizado un política exquisita de restauraciones y racional en las adquisiciones, se han potenciado departamentos como el de dibujo y artes gráficas entre otros, se ha abierto el centro de estudios en el casón del Buen Retiro con una biblioteca donde puedes estudiar bajo el techo pintado de Luca Giordano y se han realizado importantes exposiciones temporales que han llevado más visitantes al museo. En una palabra, han sabido modernizar el museo equiparándolo en organización y funcionamiento a los mejores del mundo, en la primerísima división donde debe jugar por la calidad y prestigio de sus colecciones el Museo del Prado.
Aunque de familia italiana, Gabriele Finaldi nació en Londres y la dirección de la National Gallery era un viejo sueño ahora cumplido. Llegará en mayo a la pinacoteca británica en plena madurez y con una experiencia extraordinaria donde le esperan nuevos retos. Conoce bien la casa y seguro que lo hará bien. La National Gallery no es sólo un referente mundial por sus colecciones de pintura hasta 1900 sino por sus exposiciones temporales de gran nivel. El problema no está en Londres sino en Madrid. Finaldi deja un hueco difícil de substituir. Un hombre que impone por su físico,- mide unos dos metros-, y sus conocimientos, especialmente de pintura barroca italiana y concretamente de José de Ribera de quien preparaba una muestra de sus dibujos para 2016. Elegante y afable, poliglota, ha construido complicidades tanto con el mundo académico como con el del comercio, cosa inhabitual entre nosotros donde, a diferencia de la cultura anglosajona de donde procede, ambos mundos no se relacionan entre sí. Conectar con los historiadores los dealers es inteligente porqué se maneja una información valiosa para cuestiones atributivas, localización de obras o posibles adquisiciones. Se le echará en falta su talante en Madrid mientras gobernará, con acento español (está prevista una exposición de retratos de Goya) el galeón de la pintura en Londres.