2018 Conmemoración del V centenario del nacimiento de Tintoretto
La utilización de pinturas clásicas para mi investigación pictórica arrancó en 2005, con el Cristo en la Cruz de Velázquez, y siguió después con otros maestros, como Caravaggio, Tiziano, Guido Reni, Guercino, Tintoretto, Delacroix… Lo concibo como un ejercicio conceptual de apropiación. Una propuesta contradictoria, de homenaje y vandalismo a un tiempo. Con la lucha de contrarios como campo de juego, como planteamiento de base de todos y cada uno de mis cuadros, en los que enfrento la imagen figurativa a procesos de abstracción pura, la narratividad contra el gesto liberado, lo controlado contra lo arbitrario.
En mis series de variaciones de clásicos busco el motivo de mi cuadro dentro de un cuadro de otro artista. Metapintura. Me resulta inspirador apropiarme de una imagen con identidad propia, un código estético y un gusto que caducaron hace siglos, que nadie utilizaría para contar el mundo de hoy. Pintar una imagen del contexto real en el que vivo supondría un diálogo con mi entorno; sin embargo, utilizar una pintura de hace casi 500 años y repintarla es un posicionamiento entre el purismo y la endogamia. No pinto las emociones derivadas de una imagen de mi entorno sino que me nutro de las emociones que emanan de una imagen pictórica pretérita, de un código que ha creado otro y que poco o nada tiene que ver con mi época ni con mi modo de entender la existencia.
Construyo sobre la base de una actitud, la de repintar, en vez de pintar en tesitura romántica. Trato de evitar al dictador interno que desea dominar todas las fases de la producción de una pintura. Uso solo la piel de una pintura antigua, la primera capa; el estilo del Cinquecento, que explica una escena de modo figurativo. Intervengo después en la superficie con un gesto pictórico de naturaleza abstracta, casi de pintura de acción, ya sea con disolventes en los cuadros al óleo o con fuego en los dibujos al carbón. Como la alquimia, entendida en sentido metafórico, que utiliza el fuego como instrumento transformador, no destructor.
Borro imágenes, afirmándolas al tiempo que las elimino. Al difuminarlas caprichosamente con el disolvente, provoco que el azar intervenga en las decisiones de acabado del cuadro, enfatizando el aspecto líquido de la disciplina, tratando de respetar la dinámica de la naturaleza propia de los charcos de pintura. En ocasiones utilizo el rodillo como autoafirmación de la pintura, pero desde fuera de la cultura. Me resultan útiles los instrumentos de aquellos pintores que no proceden con un fin intelectual, como un pintor de paredes, que pinta igual que yo pero sin pretensiones intelectuales; solo llena una superficie de color, sin romanticismo, sin acto heroico de por medio. Ese es el germen de mi utilización del rodillo, casi siempre en blanco, de arriba abajo y de izquierda a derecha, exactamente igual que los pintores de paredes. Es un ejercicio de vaciado de contenidos emocionales, que refuerza la idea que la dimensión física de la pintura está más allá de la palabra, de los conceptos que sustentan las teorías artísticas; la simple conciencia de que pintar puede ser también el simple gesto humano, mecánico, de cubrir una superficie con pintura blanca para aligerar su pesantez. Del mismo modo que uno pinta de blanco las paredes de un piso al que acaba de mudarse para hacerlo suyo, como gesto de apropiación del espacio.
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Coloquio entre Paola Marini y Jorge R. Pombo