Cultura|s LA VANGUARDIA
Miercoles, 28 de abril 2018
ARTUR RAMON
El último cuadro que deja un artista al morir es más que un testamento artístico, el fósil de su vida. Miro ahora Inconcluso de Alfredo Catañeda en la exposición monográfica del Museo Santa Cruz de Toledo. Un galeote antiguo se adentra en la profundidad del oceano y a lo lejos se divisa una isla. Entro en la pintura y me doy cuenta que es la premonición de su muerte extraña. Castañeda falleció al inhalar un hongo tóxico que había en los libros antiguos que compraba en el Rastro y utilizaba como soporte de sus singulares pinturas a caballo de Patinir y Magritte. Siempre pensé que la obra puede ser para un artista su obsesión, nunca creí que podria ser su asesina. Para Castañeda fue las dos cosas a la vez. Se dedicó desde pequeño a dibujar y a pintar, a autoretratarse con gorro de copa y barba densa en un hombrecillo que como un duende se despliega en imágenes múltiples como las que proyectan los espejos.
Nació en 1939 en México donde quiso ser arquitecto pero en seguida se encaminó en el arte y desarrolló su trabajo en Madrid. Miró de cerca los maestros antiguos, se consideraba discípulo de Fra Angelico, y creó una voz propia al abrigo de un mundo más onírico que surrealista, desarrolló un lenguaje inclasificable que resonaba fuerte en las aguas mimeticas de lo moderno. Expusó en Arco donde lo conoció el promotor cultural Jorge Virgili que me lo presentó en una comida en Entre suspiro y suspiro, el restaurante méxicano que regenta su familia en el Madrid antiguo. El nombre del restaurante explica la gramatica de Castañeda: una amalgama de descripción virtuosa y fina ironia.
En su obra es casi tan importante lo que narra con sus pinceles o lapices que lo que cuenta con sus títulos: imágen y texto van de la mano y se complementan como pasa con los grabados de Goya. Cada encuentro con Alfredo fué una revelación. En 2005 lo expusimos en nuestra antigua galería. La retrospectiva Tratado Nave-Gante que se puede ver ahora en Toledo ratifica que no nos equivocamos. Castañeda es un maestro de la figuración en la frontera de la realidad y el sueño y sus cuadros levitan en un estado de vigilia permanente, siempre intemporales, eternos. Embarco en su nave que solitaria va en el mar abierto con la certeza que el tiempo,- el único crítico del arte-, pondrá las cosas en sus sitio y nos dará la razón a aquellos que creemos en su mundo frágil y sútil.