DIARIO CÓRDOBA
Domingo, 21/01/2018
Los cuatro primeros años que Pablo Picasso vive en París están considerados como una de las etapas más fructíferas en la carrera del pintor. Fueron, además, los años más difíciles para el genio malagueño, tiempos de hambre y miseria; aunque también de grandes amigos.
Cuando un día le preguntaron a Unamuno por qué se contradecía tanto a sí mismo el sempiterno rebelde Don Miguel respondió sin inmutarse: «Señores, es cierto, he cambiado, cambio y cambiaré muchas veces porque, en mi criterio, sólo las piedras y los tontos no cambian y permanecen fieles a sí mismo hasta la muerte». Pues, algo muy parecido puede decirse sobre la vida de Pablo Picasso, ya que al repasar su biografía rápidamente salta a la vista que realmente no hubo sólo un Picasso y que en su largo recorrido por este mundo (91 años) se descubre que hubo muchos Picasso.
Hoy toca hablar del Picasso azul, o mejor de la Época Azul de Picasso. O sea, de aquellos 4 primeros años (1900-1904) que vive en París y que se considera «una de las etapas más fructíferas, conocidas y determinantes de su carrera». Fueron, sin duda, los años más difíciles que vivió el genio malagueño, pues fueron para él los «años del hambre y la miseria». Aunque también fueron los años de las grandes amistades y de las grandes influencias. Cuando de Velázquez, Goya, Zurbarán (sin olvidarlos nunca) se pasó a Van Gogh, Gauguin, Renoir y Toulouse-Lautrec. Pero, por encima de todo influyó en él la muerte de su mejor amigo, Carles Casagemas, porque, aquella muerte (suicidio) le marcó para toda su vida, tanto que sus biógrafos hablan de «un antes y un después»incluso en su obra pictórica. «Pintar la verdadera muerte de Casagemas es alcanzar por fin la sinceridad que predicaba en Arte Joven. Pensando en Casagemas, me dirá más tarde, empecé a pintar en azul». Su biógrafo Pierre Daix escribe: «Si bien la idea pudo serle sugerida por algunos Lautrec o las tiradas en azul de las pruebas fotográficas, el azul es, ante todo, psicológico. Vuelta a sí mismo y a la vida tal como es. La vida ficticia, de apariencias brillantes, que trató de captar, disimula todo lo que él sabe. ¿Cómo, al pensar en Casagemas, no iba a volver a ver el contraste de la pobreza española con la vida parisina, la pobreza de los campos andaluces y Galicia con la de los suburbios de Barcelona? La pobreza que tal vez lo espera». Sobre este tema, la amistad de Picasso con Casagemas, no hay más remedio que leer la obra Nada es bello sin azar, de Artur Ramon, donde puede leerse esta versión: «Casagemas viajó a París junto a Picasso para visitar la Exposición Internacional de 1900. Se instalaron en el antiguo estudio de Isidre Nonell, sin duda el artista que más influencia ejerció en la formación de la personalidad pictórica de Casagemas. Fue allí dónde se enamoró de Laure Gargallo, conocida como Germaine Gargallo, una modelo. Su impotencia sexual hizo que la relación fracasara. «En aquella época las relaciones eran muy abiertas a nivel sexual para ellos. París suponía un contraste muy grande con lo que habían vivido en Barcelona y les abre unas puertas que habían tenido cerradas». Al cabo de tres meses, Picasso intentó alejar su inseparable amigo de París porque empezaba a tener malas sensaciones, y se lo llevó para Navidad a Málaga. Pero Casagemas estaba tan obsesionado por su modelo que volvería pronto a París, donde le esperaba su final trágico. Profundamente deprimido por el rechazo de Germaine, intentó matarla con una pistola en el parisino Café Hippodrome, hoy Palace Clichy. Tras fallar el tiro se apuntó a la cabeza y disparó, acabando con su vida a la edad de 20 años. El suicidio marcó profundamente a los amigos del pintor, Manolo Hugué y Manuel Pallarés, quienes se hallaban presentes en el momento del accidente… Aún así nadie lo vivió como Picasso, que se obsesionó con ese suicidio hasta el punto de dedicarle varios cuadros en los que recreaba a su amigo muerto o su entierro a la manera de aquel célebre que hizo el Greco para el Señor Orgaz. Artísticamente hablando hubo un antes y un después en la obra de Picasso, quien a partir de éste incidente inició su etapa artística conocida como el Periodo Azul. Tres cuadros le dedica a su llorado amigo (los tres están firmadas en 1901 y ya por Picasso y no por Ruiz como había venido firmando hasta ese momento). El primero fue La muerte de Casagemas, y en ella inaugura el valor taumatúrgico de muchas pinturas posteriores. «El artista –sigue diciendo el biógrafo– siente la necesidad de exorcizar el espectro de un suicidio del que en parte se siente responsable». En el cuadro aparece la imagen de la cabeza devastada por el agujero del proyectil, que se vuelve aún más espectral por las sombras amarillo-verdosas proyectadas por los reflejos de la vela sobre el rostro del muerto. En la segunda obra que le dedica (Casagemas en el ataúd) se centra más en el perfil afilado del amigo, que se ofrece violentamente a la mirada del espectador. En ella domina ya el azul como anticipo de la tercera, la más curiosa de ellas. Picasso la tituló Evocación (El entierro de Casagemas). La pintura descubre que todavía en esa época estaba muy influenciado por el Greco, ya que el El entierro de Casagemas es casi una copia de El entierro del conde de Orgaz del toledano. Además lo hace así intencionadamente, aunque, naturalmente, con cambios sustanciales, pues si en la obra del Greco la escena alta del fondo está dedicada a la Corte Divina en la del malagueño aparecen una serie de mujeres desnudas y prostitutas compungidas por la muerte. Más llamativa es la escena inferior, pues si en la obra famosa del griego aparecen dando sepultura una serie de nobles encopetados y representantes de la Iglesia ornamentados con lujo de detalles en el cuadro picassiano los que aparecen son un grupo de «miserables desamparados», que enlutados de azul lloran ante el cadáver blanco impoluto del muerto. Es quizás la obra cumbre de aquella Época Azul, aunque no la única, pues entre 1902 y 1904 firma La bebedora de ajenjo, Madre con niño a orillas del mar, El guitarrista ciego, La vida o Carlota Valdivia (La Celestina). Pero, privado de recursos económicos –como escribe Rafael Inglada–, desprovisto de dinero y alimento, decidió regresar al hogar paterno y en Barcelona permaneció hasta abril de 1904, cuando junto a su otro amigo Sebastiá Junyent-Vilar decide marcharse a París para instalarse en la capital del arte definitivamente. Afortunadamente para el malagueño fue a partir de ese momento cuando la vida comienza a sonreírle y el azul se va cambiando al rosa. Tal vez porque es cuando, además, se enamora por primera vez en su vida, la agraciada es Fernande Olivier, una modelo que aunque está casada, también se enamora perdidamente del artista. Atrás quedan la penuria, la melancolía, las tristezas y los pensamientos negros y azules y con el lienzo El Actor entra en la llamada Época Rosa, que se extenderá hasta 1907.