En un país como el nuestro, donde somos incapaces de ponernos de acuerdo para que la ley de mecenazgo vea por fin la luz y donde el arte se asocia al lujo y no a la cultura, sobresalen figuras singulares como la de Pere María Orts fallecido el pasado jueves 27 de febrero en Valencia a la edad de 93 años. Aunque era una un filólogo i heraldista reconocido,- su libro Historia de la senyera al País Valencià (1979) es de referencia- lo conocí en su faceta de coleccionista. “Don Pere” siempre vestía de negro ,- guardó duelo eterno por su esposa-, que combinaba bien con su cabellera y su bigote recortado de nieve y sus maneras de otro siglo. Su aspecto austero contrastaba con su enorme riqueza forjada cuando heredó de joven los terrenos sobre los que se edificaría el moderno Benidorm.
Sin embargo Orts unía dos elementos que parecen irreconciliables entre nosotros: dinero y cultura. Paseaba por las calles de Valencia ataviado con su boina y catalanizaba el nombre de su calle. No tenia ni teléfono, ni televisión y menos móvil con lo cual solo podías contactar con él por carta. Te recibía en su casa con sus ojos despiertos, una sonrisa socarrona y una afabilidad antigua y te hacía pasar por un pasillo lleno de cuadros y de libros hacía un salón donde se había parado el reloj. Juntó dos pisos en el centro de Valencia para poder albergar su colección que compraba con pasión y rigor para donarlos a su ciudad. La misión de su vida fue financiar lo qué faltaba en las colecciones públicas. ¿Conocen alguna definición mejor de mecenazgo?. Para lograr este objetivo altruista impropio en nuestra cultura y más análogo con la cultura filantrópica que nutre los museos norteamericanos, trabajó junto al malogrado Fernando Benito, director del Museo de san Pio V para trazar una estrategia inteligente de adquisiciones y el resultado culminó en 2004 una donación enorme al museo de trescientas obras con grandes maestros que van de Juan de Juanes a Sorolla pasando por Ribalta, Murillo, Zuloaga y Rusiñol entre tantos otros a parte de tapices y mobiliario. Paralelamente hizo el mismo ejercicio con los libros y donó prácticamente cuanto tenía. Siempre consideró que esas obras que él había adquirido las guardaba en casa en depósito, que el propietario real era el museo.
Pere María Orts fue un personaje de una relevancia cultural de gran calado, un intelectual catalanista en tierra hostil que seguía la senda de su amigo Joan Fuster, y al que hoy Pla le dedicaría un Homenot. A diferencia de muchos de algunos coleccionistas que se mueven más por vanidad que por sincero mecenazgo, Pere María Orts fue un hombre discreto y humilde que realizó su labor en silencio. Cuando alguien le preguntaban por su misión obstinada y desinteresada decía: “así se ama a una ciudad, no diciéndolo”. Este personaje de Balzac vivió sus últimos años en la Valencia del pelotazo y la especulación demostrando con su trabajo que otra realidad es posible y que el mecenazgo es como la caridad: hay que realizarlo sin que se sepa.
Artur Ramon Navarro