En su línea de recuperar artistas catalanes poco conocidos por el gran público el Museu d’Art de Catalunya propone la exposición Carles Casagemas. L’artista sota el mite (octubre 2014- febrero 2015). Comisariada por el experto picassiano Eduard Vallés, la muestra de pequeño formato se concentra en dar a conocer y poner en valor a uno de los artistas catalanes más enigmáticos en la frontera de 1900.
La carrera artística de Casagemas se ha visto condicionada por dos aspectos que no han permitido leer bien su legado. Su corta vida interrumpida por él mismo en febrero de 1901 en París cuando apenas contaba con veintiún años y su estrecha amistad con Picasso que lo ha dejado dormido bajo su densa sombra.
Casagemas nació en 1880, Picasso un año después. Imaginemos por un momento si cambiasemos a Casagemas por Picasso que hubiese pasado. Es decir, qué pasaría si Picasso se hubiese muerto en 1901. Conoceriamos la obra de un niño prodigio que con trece años pintaba tan bien como su padre profesor de Bellas Artes y sus inicios en la Barcelona modernista y finisecular de Els Quatre Gats y sus escarceos con la modernidad recién conocida en la capital del Sena pero nos hubiésemos perdido la carrera de un artista que por el mismo explica todo el siglo XX. Aunque Casagemas no fue, ni hubiese sido nunca Picasso, si es verdad que tan sólo conocemos hoy sus inicios, los primeros pasos de lo que hubiese sido un pintor que quería ser poeta.
Hay algo, sí, poético en el mundo de Casagemas, en su aproximación a la realidad a través del papel, la mayoría de obras que nos ha dejado son dibujos, y hasta la fecha sólo se conocía una pintura,…, a la que se suman en esta muestra, gracias al trabajo de investigación de su comisario, cuatro telas a su reducido catalogo que aportan algunos de sus intereses artísticos, especialmente las escenas callejeras en Montmartre, pintadas en el mismo tiempo y espacio de la que ya conocíamos, pero de técnica más vibrante, nerviosa, casi divisionista con los grupos de figuras y los colores amarillentos que recuerdan aún la herencia del grupo del Safrà, sobretodo la pintura primitiva pre-fauve de Ramon Pichot y el homenaje al Mir del Vendedor de naranjas. Es natural que el mundo estético de Casagemas sea de filiación más barcelonesa que parisenca. Es en Barcelona donde se construye como artistas y sus referentes son el grupo de artistas consagrados del modernismo con Santiago Rusiñol y Ramon Casas en cabeza y los jóvenes que les siguen: el paisajista y colorista Joaquim Mir, el miserabilista Nonell que retrata obsesivamente las gitanas,
Casagemas tiene una formación autodidacta con lo cual no conocemos dibujos formativos de academias, desnudos tomados del natural. Entre las treintena de dibujos que nos ha dejado la mayoría están extraídos directamente de escenas de la vida cotidiana, tan sólo conocemos un Paisatge amb edifici del Cau Ferrat de Sitges que recuerda las vistas simbolistas de Ricardo Baroja o los paisajes áridos de Zuloaga. El resto de los dibujos los dedica a personas. Le gusta adentrarse en los cafés y dibujar a muchachas solas delante de una copa de absenta como pintó Rusiñol. O acompañarnos en los interiores siniestros de los burdeles que visitaba con Picasso, mundos absurdos de soledad y melancolía, tristes comercios de carne de los que Casagemas no podía participar. Ese fue uno de los problemas que le llevaría al triste desenlace. El otro, el amor no correspondido por Germaine a quien conoció saliendo de la Exposición Universal de Paris de 1900. Germaine Gargallo,- ningún parentesco con el escultor, pura coincidencia- era una grisette, termino que aludía a las mujeres aventureras e independientes, liberales, que transitaban por la vida bohemía de los artistas y posaban para ellos y convivían con ellos. Preferían ser las amantes de artistas que consideraban de valor que de ricos burgueses. Este personaje femenino a caballo entre la modelo y la femme fatale tiene sus referentes literarios en el Victor Hugo, Les Miserables,