En 1987 tenia veinte años y estaba estudiando historia del arte mientras comenzaba a trabajar en la empresa familiar. Lo que más me gustaba era la feria de antigüedades de Montjuic. Ese año tuvimos de vecino a un viejo anticuario formado en los Encantes que tenía una intuición extraordinaria. Me admiraba ese hombre de mirada de hielo y buenos modales que cuando alguien le regateaba soltaba : “lo siento pero esto no es para ti” desarmando al buscador de gangas disfrazado de coleccionista. En su estand colgaba un cuadro de más de dos metros que representaba el Prendimiento de Cristo. Una escena nocturna y carnosa que narraba el momento en que Judas traiciona a Cristo bañado en las luces y sombras de Caravaggio. La cartela llevaba el vago titulo de “Escuela italiana” que ya entonces no me convenció.
Durante los quince días que duró la feria no sólo me obsesionó el cuadro sino la posible atribución que escondía. Y también me tentó el anhelo de posesión cuando supe que mi colega pedía seis millones de pesetas que yo no tenía pero que hubiese podido convencer a mi padre para comprarlo. Pero su anonimato era un obstáculo demasiado importante para pedir el préstamo y entonces soló empezaba a adentrarme en el océano que significa el conneisseurship como la ciencia que permite encontrar las identidades perdidas.
En el ecuador de la feria apareció un anticuario de Madrid de poco pelo engominado que se llevó el cuadro a cambio de un tresillo estilo Luis XV y algún dinero. Nunca más volví a verlo pero me persiguió la sombra de su recuerdo hasta que un día pasados diez años, por azar, me rencontré con él en una conocida galería de en Londres. Había sido limpiado y la imagen era más nítida y permitía descubrir el vigor de la pincelada. El enigma de su atribución se resolvió leyendo la cartela y el nombre del pintor,-la firma en grandes letras mayúsculas había aparecido durante el proceso de limpieza- “G.C.P” que responde a un nombre que no olvidaría jamás: Giulio Cesare Procaccini, el mejor de los caravaggistas genoveses entorno a 1600. ¿Cómo llegó el cuadro a Barcelona?. Irónicamente, desde Londres procedente de la colección de Thomas Harris donde fue vendido en 1937.
Es un capolaboro del momento que Procaccini funde la experiencia de los venecianos, -Tiziano y Tintoretto- con el nuevo lenguaje de Rubens. Hoy cuelga en las paredes de una gran colección al que fue vendido por más de un millón de libras esterlinas. A partir de ese día aprendí una lección: nunca dejes de comprar el cuadro que te atrape. La posesión de una obra de arte es como un enamoramiento y hay que seguir más el impulso del corazón que el de la cabeza, sabiendo que asumes el riesgo que te salga bien o que te equivoques, como pasa en el amor o en la vida.