Sol G. Moreno | El Confidencial
Bienvenidos a la feria más lujosa del mundo. La única donde se puede disfrutar del arte entre pasillos enmoquetados, centros florales colgantes, champán, vinos y ostras a demanda. La experiencia de recorrer stands repletos de obras inéditas o poco conocidas junto con famosos y directores de museos en busca de la pieza que complete sus colecciones es el éxito de esta cita anual en Maastricht (esta vez del 9 al 14 de marzo).
Ahora que está tan de moda vender experiencias, déjenme que les hable de una que todo amante del arte debería tener al menos una vez en la vida: visitar TEFAF (the European Fine Art Foundation). Es la madre de todas las ferias. La cita cultural que cada año revoluciona la pequeña ciudad de Maastricht con sus jets privados, sus cochazos de cristales tintados y sus porteros con sombrero de copa que dan la bienvenida al visitante. Durante tres décadas ha marcado el paso del mercado de arte y antigüedades en Europa. Y no contenta con eso, desde hace unos años se ha abierto también a las nuevas tendencias, por lo que ya compite con Art Basel, el referente contemporáneo dentro del continente.
Coleccionistas como Alicia Koplowitz, Juan Abelló, Carmen Cervera o Pérez Simón no se pierden esta imprescindible cita, a la que también suele acudir Jaime de Marichalar. Tampoco renuncian a ella los directores de museos, que llegan con fondos millonarios en el bolsillo en busca de la pieza que complete sus colecciones. Así lo han hecho, por ejemplo, los responsables de la Hispanic Society, el Metropolitan, el Detroit Institute, el Rijksmuseum y el director adjunto al Prado, a quienes se pudo ver deambulando por los pasillos del Centro de Exposiciones y Congresos durante la preview de esta 37º edición de la feria.
Lo cierto es que TEFAF es como una burbuja, un pequeño reducto aislado del mundanal ruido que aúna arte, diseño, arqueología, joyas y buen gusto. Todo ello condensado en 30.000 metros cuadrados que, solo por unos días, se convierten en el mejor escaparate que uno pueda imaginar para disfrutar del arte. El visitante se expone a sufrir un stendhalazo mientras, boquiabierto entre tanto Picasso, Dalí o Miró, degusta ostras; pero el riesgo, desde luego, merece la pena.
Esa combinación perfecta entre continente y contenido, entre piezas expuestas y diseño de los espacios expositivos parece querer apuntar a algo que siempre ha sido la seña de identidad de la cita en Maastricht: la exclusividad del evento. Si se expone lo mejor de lo mejor, ¿por qué no presentarlo como corresponde? Esa es la filosofía de los organizadores, que apuestan sin complejos por la exuberancia para mantener la altísima calidad de la feria. Aunque para el presidente, Hidde van Seggelen, se trata de una propuesta abierta a todo el mundo, porque muchas de las obras aquí presentes acabarán en los museos que visitan miles de espectadores. Razón no le falta. Y visión de negocio tampoco. Si pensamos que el precio de las piezas solo es accesible para un puñado de compradores, su apuesta por las instituciones públicas y privadas es el mejor modo de garantizar la supervivencia de esta cita anual.
UN KANDINSKY POR 50 MILLONES DE DÓLARES
La oferta, desde luego, es apabullante. Frans Hals, Luca Giordano, Canova, Artemisia Gentileschi, Munch, Lavinia Fontana, Rodin, Fabergé, Tiziano, Richter, los diseñadores Lalanne o George Nakashima… La nómina de artistas presentes en las 270 galerías participantes es infinita. Pero siempre hay uno que se impone sobre el resto y, en esta ocasión, el top one corresponde a Kandinsky (una vez más, los autores modernos le llevan la delantera a los Old Masters). No es una pintura cualquiera, sino una de récord. Se trata de Murnau con iglesia II, que ya el año pasado superó sus expectativas cuando se vendió en Sotheby’s Londres por 45 millones de dólares, después de que el Van Abbemuseum de Eindhoven lo restituyese a los herederos de la familia judía Stern Lippman, que sufrió el expolio nazi. Ahora la galería Landau lo ofrece por 50 millones en la mejor pared de su stand (flanqueado por dos miembros de seguridad que, aunque trajeados, no pueden ocultar su misión).
Por supuesto, no es la única obra millonaria presente en TEFAF, que en esta ocasión ha coincidido en fechas con las grandes subastas de marzo en Londres, además de con la semana del arte en Madrid. Hay un cuadro de Van Gogh de pequeñas dimensiones que no pasa desapercibido: Cabeza de campesina con tocado blanco. Su cercanía a los rostros de los Comedores de patatas lo convierten en un atractivo objeto de deseo. Tanto, que en el ecuador de la feria ya se ha vendido por 4,5 millones de euros a un museo fuera de la Unión Europea. Y otra venta relevante: el único cuadro firmado por Gesina ter Borch, perteneciente a una de las familias artísticas más relevantes de los Países Bajos del siglo XVII, se ofrecía como novedad en Zebregs & Röell por tres millones. El Rijksmuseum no dudó en adquirirlo el primer día para sumarlo a la colección de dibujos que ya poseía el museo de la artista.
Nuestros autores patrios también brillan con fuerza en la presente edición: clásicos y modernos, pintores o escultores, masculinos y femeninos. Miró, La Roldana y Picasso, entre ellos. El malagueño es un habitual en la lista de los españoles más cotizados, por eso no extraña que su Busto de hombre barbudo con pipa cueste 7,9 millones. De Juan de Zurbarán, por ejemplo, se ofrece un soberbio bodegón con peras y manzanas que no tiene nada que envidiar a los conservados en el Prado o la National Gallery; mientras que el escultor barroco murciano Francisco Salzillo sorprende en el espacio de Pampoulides con una Dolorosa.
LAS GALERÍAS ESPAÑOLAS, ENTRE GOYA, MIRÓ Y SOROLLA
También los galeristas españoles tratan de seducir al selecto público de Maastricht con colecciones de obras nacionales. Caylus organiza su stand en torno a varios descubrimientos, como la pintura de Maíno de la que ya hablamos en un artículo sobre tapados o una pequeña representación del Buen Pastor recientemente atribuido a Alonso Cano. Ya el primer día de la feria colgaba los ansiados puntos rojos sobre algunas obras, como la Guadalupana de Luis de Texeda o un Cristo de Cecco di Caravaggio pintado por los dos lados a modo de trampantojo y ofrecido por 280.000 euros, que irá destinado a un museo norteamericano.
En Colnaghi encontramos una composición poco común de Goya, Ofrenda a Príapo, que tiene el aliciente de mostrarse al público europeo por vez primera. Aunque las obras que más atenciones acaparan son la escena de playa de Sorolla –por los ceros que acumula en el precio– y El Descendimiento de la Cruz de Domingos António Sequeira (ya no solo por su relevancia, sino por la polémica que ha causado su salida de Portugal).
Artur Ramon también se decanta por el pintor de la luz, que el año pasado celebró su centenario. Su apuesta más potente es un lienzo de Sorolla que vende por 1,9 millones de euros. En su caso, además de Tàpies, Antonio López y Maria Blanchard, ofrece una colección de cerámica de Manises. Aunque no todas han podido viajar, solo unas pocas obtuvieron el beneplácito del Ministerio. Y por último, Mayoral, tiene un espacio extra dedicado a Dalí y una pintura de Miró por 1,3 millones de euros.
Coleccionistas, expertos, curiosos y amateurs pasean por esta 37º edición de la feria en busca de joyas artísticas. Ni el diablo –esculpido por Feuchère– ha querido perderse la cita. Le encontramos comiéndose las uñas en la galería Perrin, quién sabe si por la pena de no poder retener en su memoria todas esas obras maestras que, a partir del jueves 14 de marzo, se despedirán con la feria. Cuando el sueño, o la burbuja, se esfume una vez más.