Romina Vallés | El Grito
Un anticuario barcelonés retrata las casas de los representantes de la burguesía barcelonesa del siglo XX que quedaban vivos los días posteriores a su muerte, justo antes de pasar a manos de inmobiliarias o inversores.
La pared de una habitación despojada de sus muebles. El papel pintado lamido por el tiempo. Sobre el papel pintado, los fantasmas ennegrecidos de las dos camas con sus respectivas mesitas de noche, del crucifijo en la cabecera, y hasta de las cuentas del rosario que estuvieron ocupando esos lugares durante muchas décadas. Esta estampa es la que más se repite en las casas donde Jordi entra a fotografiar el proceso de vaciado tras la muerte (generalmente reciente) de quien vivía allí.
Se repite la misma imagen, con variaciones: ropa del difunto recogida en hatillos, lámparas de araña a punto de ser descolgadas o ya en el suelo, alguna escultura o cuadro; antiguas enciclopedias y ejemplares de ‘La ilustración artística’, revista ilustrada que se publicó entre 1883 y 1916; sillas de estética palaciega de hace un siglo, y también los típicos colchones de lana forrados de tela a rayas verdes, dos de los cuales, recogidos de esas mismas viviendas, hacen las veces de sofá en la exposición ‘Domus Barcino’, que estos días se puede ver en la galería Artur Ramon Art de Barcelona.
Otra de las constantes de estas instantáneas tomadas por el fotógrafo Jordi Baron Rubí es el silencio que transmiten. Aunque la realidad es bastante diferente. “Cuando entro en estos pisos es justo cuando los están vaciando los de la inmobiliaria. Los herederos ya se han llevado los enseres de valor y ahora hay un desfile de transportistas y operarios desmontando las camas, descolgando las lámparas, arrastrando y empaquetando hasta el último objeto, que se tirará o venderá. Las fotos son de ese momento efímero”, dice este anticuario de estirpe que, gracias a esta profesión, tiene acceso privilegiado a vetustas viviendas de la Ciudad Condal, principalmente situadas en el Eixample y el casco antiguo.
Jordi empezó a fotografiar pisos y casas hace más de 20 años, por casualidad, por dedicarse a las antigüedades. Confiesa que al principio le impresionaba toparse con los recuerdos personales de los antiguos inquilinos desperdigados por el suelo, con sus dentaduras y sus zapatillas, con el olor de aquellas viviendas, a veces cerradas durante años. Después de más de 200 fotografías, “aunque es inevitable que haya pisos que te encantan y otros de los que te quieres marchar lo antes posible, te acabas curtiendo”, comenta.
Al espectador, sin embargo, le impacta -nos impacta- la visión de una esponja exfoliante apoyada en la bandeja de una bañera de un piso de 1900 que nunca se ha reformado, “la esponja que solo dos semanas antes de esa foto estaba siendo utilizada por la persona que vivía allí”. También llama la atención el suntuoso mobiliario de una vivienda con aspecto de palacete en la Gran Vía, donde las sillas, de los años 20 del siglo pasado, están marcadas con el número de lote que corresponde a cada heredero.
En mitad del comedor de otra espectacular vivienda de Rambla Cataluña, el busto de su expropietario reposa en el suelo, de espaldas a la cámara; más hacia el mar, en el Paseo Picasso (cerca del Arco de Triunfo) dio Jordi con una auténtica joya modernista que conservaba las paredes de madera talladas con los característicos relieves inspirados en la naturaleza de este estilo, y en lo que fuera el salón de un abogado, encontró infinidad de libros desparramados por la estancia. Todo está tal cual se lo encuentra el fotógrafo; en ningún caso estas imágenes son bodegones preparados por él, y la luz es también la que incide en la estancia en ese preciso momento.
LO QUE SUCEDE DESPUÉS DE LA FOTO
Una vez vaciados por completo, cada uno de estos pisos, muchos de ellos construidos a finales del XIX-principios del XX, pasarán a ser reformados y, en algunos caso, además, se dividirán en tres o cuatro viviendas que acabarán siendo de alquiler turístico, una práctica común en Barcelona, que cuenta con 9.606 apartamentos turísticos legalizados, según la Asociación de Apartamentos Turísticos de Barcelona (Apartur) y otros tantos que no lo están, pese a existir un Plan Especial Urbanístico de Alojamientos Turísticos (Peuat) que quiere acabar con los ilegales y que limita la creación de nuevos pisos turísticos, hoteles o albergues en el centro de la ciudad.
Una vez vaciados, cada uno de estos pisos pasará a ser reformado y puede que se divida en tres o cuatro viviendas que acabarán siendo de alquiler turístico
Son, pues, estas fotos, la última imagen de la burguesía tradicional barcelonesa que nació con la creación del barrio del Eixample, justo antes de rendirse a los estragos de la gentrificación de la ciudad, de su paso a manos de inmobiliarias o potentados inversores que desplazarán a los vecinos al no poder asumir estos los precios de la vivienda. Cada fotografía sOlo lleva el nombre de la dirección de la vivienda: la calle y el número.
“Este piso de aquí, en las Ramblas, justo delante del Palacio de la Virreina, hoy es un hotel. Y este otro del Paseo de Gracia lo compró Amancio Ortega para su hija junto con el resto del edificio. En otra ocasión, conocí a la cuidadora de la propietaria de una vivienda, que se había convertido en su heredera al no tener descendencia la señora. La cuidadora tuvo que pedir un préstamo para pagar los 400.000 que necesitaba para recibir la herencia por el impuesto de sucesiones, para luego tener que vender el piso por poco más”.
¿Qué se sabe de las personas que vivieron en esos pisos? Dice el anticuario fotógrafo que no mucho, que él sólo recibe el aviso de que hay un piso en proceso de vaciado y corre hacia allí a inmortalizarlo, pero que de los muertos, poco se habla. “A veces, con la ropa que te encuentras, te puedes hacer una idea de cómo era la persona. Generalmente son mujeres muy mayores, de unos 90 años, las supervivientes de esa generación”, cuenta.
Con un poco de suerte, Jordi se topa con álbumes de fotos familiares que nadie ha reclamado, “como uno que encontré en una casa, acompañado de documentación que cuenta toda la vida de tres generaciones de mujeres que vivieron allí, abuela, madre e hija, que eran fotógrafas, cineastas y espiritistas. Su historia da para un documental; probablemente acabaré haciéndolo”. ‘Domus Barcino’ se puede ver hasta el 28 de julio y cada una de las fotografías de Jordi, -las imágenes de las ruinas de esta burguesía barcelonesa que ya nunca más se verán- se pueden comprar por 2.600 euros.