Artur Ramon | 19/05/2023 | Ars Magazine
El historiador Alberto Velasco escribe en primera persona el libro A la recerca de l’obra perduda, un relato sobre cómo es la labor del investigador y sobre sus pesquisas relacionadas con el patrimonio artístico español. TEXTO: Artur Ramon.
Alberto Velasco es un historiador del arte independiente que trabaja como investigador para los mejores anticuarios y museos del mundo después de desarrollar una labor como conservador del Museo de Lérida. Fruto de sus experiencias profesionales, ahora ofrece un libro, hibrido de géneros –ensayo, novela negra, memoria–, que es un calidoscopio de relatos sobre su oficio, muy próximo al de anticuario.
Como un detective, Velasco va desmenuzando episodios de obras dormidas que él ha logrado despertar: tablas y esculturas medievales –su especialidad–, arquetas y objetos ornamentales en un ejercicio donde el azar juega un papel primordial.
Se adentra por los valles del Pirineo en busca de tablas perdidas o sigue los pasos de un agente nazi que traficaba con arte refugiado en Barcelona; cuenta cómo ayudó a recuperar una escultura de san Antonio leridana y descubre las falsificaciones de tablas antiguas que realizaban los hermanos Junyer.
También se lamenta por no haber sabido ver una obra maestra, un sleeper de Joos van Cleve que se subastó en Madrid como anónimo para reaparecer, más tarde en Nueva York, con atribución y notablemente revalorizado.
El libro, editado en catalán por Portic, se estructura en 21 capítulos en forma circular con unos primeros episodios que reconstruyen en primera persona los hechos vividos en diciembre de 2017, cuando un centenar de agentes de la guardia civil irrumpieron en el Museo de Lérida a raíz de la sentencia de los bienes de Sigena y acaba con la búsqueda científica de sus ancestros (que es una metáfora de su labor detectivesca como científico del arte).
En el epílogo, el autor justifica la narración del yo, poco común en nuestra historiografía artística, la cual oscila entre los sesudos tratados para académicos y los intrascendentes libros de difusión escritos por mediáticos. Pero un libro como este no podía escribirse en tercera persona porque perdería lo esencial: la mirada personal del historiador delante de la obra.
Nuestro autor, académico de Bellas Artes de Sant Jordi, hace un esfuerzo por encontrar un punto medio y escribir con rigor sin dejar de ser entretenido. Se acerca a un género que bordan como pocos autores anglosajones como Richard Holmes o Mary Beard, o italianos como Federio Zeri o Vitorio Sgarbi.
El libro es una reivindicación del precepto de Giovanni Morelli: “primero conocedor y luego historiador”, máxima que ha guiado la línea atribucionista de la historia del arte del siglo XX (Berenson, Longhi, Clark).
Lamentablemente ha quedado eclipsada por la positivista y por otras tendencias o ismos que reinan en nuestras universidades, donde se enseña una historia del arte sin obras de arte.
Lo que más me gusta del libro de Velasco no solo es que cada historia surge de la mirada sobre la obra que es lo primordial –el resto es partitura, como decía Longhi–, sino que encuentra el justo tono narrativo que avanza a distintos ritmos, a veces más calmado, otras más veloz, para mostrarnos los entresijos de su trabajo como historiador e intelectual.
Un canto a la recuperación, salvaguarda y difusión del patrimonio perdido.