Sin mascarilla: Elogio de la boca (I)

Gregory Peck engatusa a Audrey Hepburn en Roman Holiday (1953).

Por Artur Ramon | miradorarts.com

En el paisaje del rostro la boca es la cueva. Sus labios enmarcan este orificio singular, a través del que nos nutrimos, hablamos, sonreímos y amamos. Estudiando la boca, el médico sabe cómo nos encontramos, ya que su mucosa es un indicador fiable de nuestra salud.

La boca en términos culturales es una metáfora de la verdad articulada en el lenguaje, en las palabras. Recuerdo mis visitas a la Bocca della Verità en Roma. Una antigua máscara en mármol de casi dos metros de diámetro, redonda como una rueda, que representa un hombre con barba que cuelga en la pared del pronaos en la iglesia de Santa María in Cosmedin. Antes de verla en directo, la conocía a través del cine. En una escena de Vacaciones en Roma, Gregory Peck le cuenta a Audrey Hepburn delante del monumento la antigua leyenda: quien pone la mano en la boca y miente, la pierde. Peck, sin avisar a la actriz, escondió la mano en la manga y la cándida Audrey se asustó. Al ver la reacción el director incluyó la escena en la película. Quise reproducir este episodio cuando llevé a mi novia a conocer Roma, pero no me salió bien porque ella ya sabía de qué iba la película y quedé como un pardillo.

Por la boca muere el pez, dice el refrán. O lo que es lo mismo, somos tan prisioneros de nuestras palabras como dueños de nuestros silencios, como dijo Mahatma Gandhi. El mundo posCovid19 nos ha tapado la boca, al menos en público. El coronavirus nos ha borrado la sonrisa y en las ciudades se despliega un inventario de cabezas con ojos melancólicos, con ciudadanos reconvertidos en cirujanos improvisados; algunos completan el kit pospandemia con las viseras protectoras de los soldadores y sospechosos guantes de látex.

Una cara sin boca es como un día sin sol. Cuando cae la tarde y la luz de clara de huevo se va diluyendo en la oscuridad, las farolas bañan de blanco o naranja las calles devenidas ahora quirófanos y hacen más inquietantes a las personas con bozal. De día todo parece mentira, con los rebaños familiares que salen a finales de la tarde como en una romería, pero de noche asoman los fantasmas, figuras inquietantes que vemos en los cuadros de Ensor o de Solana con sus máscaras y sus sarcásticas sonrisas que presagian lo peor. Pero no hay que confundir la máscara con la mascarilla, porque son antagónicos. La primera tapa los ojos, la segunda la boca. Una máscara o careta es una pieza que oculta el rostro y desde los albores del mundo lleva implícita el simbolismo, el rito, lo erótico. Con la máscara toda la fuerza pasa a la boca mientras se niega el misterio de la mirada.

Son las máscaras trágicas que usaron los griegos y los romanos, las caretas burlescas que usaron los actores de la Commedia dell‘arte en el Renacimiento. Las vemos en las damas venecianas que pintó Tiepolo, cortesanas que escondían su belleza como un tesoro que pocos podían desvelar. También vemos un repertorio de máscaras en Eyes wide shut, la última película de Kubrick, cuando el protagonista, interpretado por Tom Cruise, entra en un palacete cerca de Londres, una casa a medio camino entre las que narró el Marqués de Sade y la de Hugh Hefner, con la máscara puesta y una contraseña: “Fidelio” (no la olvidaré nunca, por si acaso). ¿Qué prefiero: un rostro sin ojos o una cara sin boca? ¿Una máscara o una mascarilla? Sin duda, la máscara que lleva implícita la fuerza transgresora de lo prohibido y lo sensual, mientras la mascarilla robotiza al hombre convirtiéndolo en un ser siniestro a medio camino de Frankenstein y un forense.

El crítico Ramón Gómez de la Serna fue, entre tantas otras cosas, el inventor del tuit. Sus greguerías son el primer embrión de Twitter. “Como daba besos lentos duraban más sus amores” dice Ramón. En resolución, el beso es la expresión más hermosa de la boca y como más lento sea mejor. Pienso en esta greguería ramoniana mientras veo El mundo nace en cada beso, el fotomosaico de Joan Fontcuberta en la plaza Isidre Nonell. Dos labios carnosos se rozan en un beso ambiguo, sin género. La boca, sí… Volvemos lentamente a la vida con la esperanza de recuperar pronto nuestros rostros para volver a sentirnos completamente humanos.