LA RAZÓN – 19/09/2018
Acaba de publicar «Les obres mestres de l’art català», una obra que, publicada por Rosa dels Vents, sirve a Artur Ramon para construir su museo imaginario. A la manera de la idea de André Malraux, el autor nos propone un centro en el que dialogan autores conocidos y por conocer, del maestro de Cabestany a Barceló pasando por Fortuny, Casas, Miró, Subirachs o Tàpies.
¿Cómo ha organizado este museo imaginario?
Este libro era un reto porque los de Rosa dels Vents me vinieron a buscar con la idea de hacer una especie de canon del arte catalán. Era algo que me inspiraba muy poco y lo he transformado en una ilusión que tenía desde hacía tiempo: hacer un museo imaginario siguiendo el concepto de Malraux de qué museo harías si pudiera coger todas las piezas del mundo y tuvieras todo el presupuesto del mundo, incluso haciendo cosas imposibles como tener piezas que han desaparecido. He estado un año planteándome la pregunta cómo haría un museo del arte catalán que fuera desde los inicios, desde la época del románico, hasta nuestros días. Es un ejercicio de submarinismo por mil años que me ha permitido descubrir que hay cosas fantásticas en el arte catalán.
En el libro ha creado unas parejas de baile que parecen imposibles, como el románico Tapiz de la Creación y Joan Miró o Mir y Barceló.
Si hago esto a la manera sería con un discurso cronológico, pero no podía hacerlo así. La explicación es porque de 1492, fecha de la muerte de Jaume Huguet, nuestro gran pintor gótico, hasta 1892, con las primeras fiestas modernistas, tenemos el desierto absoluto. Todo el Renacimiento pasa por aquí de manera suave; en el Barroco nuestro mejor pintor sería Viladomat y en el ránking internacional estaría en el puesto 100… Es decir, no podía construir un museo con un discurso museográfico ordenado y cronológico. Por eso pensé en estas parejas de baile que, además, recuperaban el espíritu del modelo original de Malraux creando analogías visuales y, por otro lado, me ayudaba a que no se viera este vacío que tenemos de cuatro siglos.
¿Sería su Mnac ideal?
Para mí el Mnac sería el gran museo de arte medieval en el mundo. Al introducir toda la otra parte es cuando se pierde el Mnac. Eso es porque, como decía, nuestro Renacimiento y Barroco no es tan sólido y no hemos ideo comprando piezas que puedan suplir esto. Igualmente tenemos un Modernismo muy interesante, pero tiene un aspecto más bien nuestro y local. Por eso, el Mnac sería el mejor museo medieval a nivel mundial si se hubiera quedado así. Pero no quería un museo solo de arte medieval sino que interpelara al visitante con estos juegos entre diferentes piezas. Es un libro que también tiene una vertiente crítica en el sentido de que muchos de los artistas que cito son menospreciados. Es más, algunos de ellos ni siquiera están representados en el Mnac.
El libro se abre con el Tapiz de la Creación y Joan Miró.
Quería que el museo tuviera una entrada espectacular. ¿Qué hay mejor que presentar juntas las «Constelaciones» de Miró como una gran película y junto a este tapiz que es una de las obras clave del Románico? Además funciona muy bien porque el mundo de Miró con el del Románico tiene un lenguaje de formas y de signos que se acopla muy bien. A partir de aquí están las salas que nos van acompañando, algunas de ellas con una única obra porque es imposible poner otra al lado. Es lo que sucede con la «Piedad Desplà» de Bartolomé Bermejo o «Playa de Portici» de Fortuny, piezas que no permiten mucho juego de comparación por la potencia que ya tienen.
Hay casos que son toda una reivindicación, como el de Josep Maria Subirachs.
Así es. No es nada arbitrario que le dedique una sala a Subirachs y que es la que no le dedica hoy ningún museo. Tampoco es nada arbitrario que ponga a Tàpies con Marsans, algo que no haría nadie y que también tiene tras de sí un ideario que es el de no etiquetar.
Otro nombre a reivindicar es el de Urgell.
Lo reivindico porque en la primera visita que hice a la nueva ordenación del XIX en el Mnac no estaba. Después lo han arreglado y han puesto un cuadro suyo, pero se puso un poco por este déficit. Urgell es un pintor que está hoy denostado. Hablar de él me permite reivindicarlo a él y a su hijo, además de para hacer un ejercicio de crítica a Josep Pla cuando habla de arte. Pla es el mejor escritor catalán del siglo XX, pero de arte no sabe nada. A Urgell, por ejemplo, le tiene manía porque gana dinero pintando el Empordà.
¿Cómo se ve el arte catalán internacionalmente?
El lugar que ocupa hoy en el mundo es residual y el mercado es ínfimo. Hemos sido los primeros que no nos lo hemos creído. Fíjese, por ejemplo, como sí se lo han creído los franceses hasta el punto de hacer suyos a Picasso o Dalí. Tenemos un déficit de promoción que es muy difícil de resolver. Ahora sí hay algún síntoma bueno, como «Playa de Portici» de Fortuny, su último cuadro. Estuvo aquí y nadie lo quiso. Ahora lo ha comprado el Museo de Dallas.