Avignon. Sábado 22 de julio.
La ciudad hierve con su Festival de Teatro con múltitud de carteles colgados como en un tendedero a lo largo del laberinto de calles que llevan al centro. Cae fuego del cielo. Desde el 17 hasta el 27 de Julio se representa en la ésglise des Celestins el espectáculo Paso doble protagonizado por Miquel Barceló y Josef Nadj. La iglésia es de cruz latina con tres naves con arco ogival y añadidos posteriores. En el ala izquierda de esta construcción gótica, curiosamente proyectada por un arquitecto mallorquín, hay una exposición de piezas de cerámica del artista, entre las que destaca una cabeza de burro, iluminadas con luz rasante que nos permite valorar la materia, la piel, una invitación al espectáculo.
Paso doble es una obra sin genero. No es un happening, ni una performance aunque tiene cosas de ambos generos nacidos con las vanguardias históricas y retomados en los sesenta. Es algo radicalmente nuevo. Es presentar el proceso de creación y hacerlo orgánico, entendiendo que artista y obra pueden acabar fusionándose en uno. Como ha señalado Le Monde, uno sale de la obra con un sentimiento de plenitud, algunos con lagrimas en los ojos porque detrás de cada gesto,- a menudo más cercanos a los trabajos manuales, como un albañil o un jardinero que a los propiamente artisticos-, hay una búsqueda de lo esencial, nada es gratuito, nada es frivolo, algo singular hoy cuando hablamos de arte contemporáneo.
En el altar hay un plafón de barro, cuya misma superficie se reproduce en el suelo. La platea está formada por gradas ascendentes. Los focos bañan del barro que desprende un vaho que parece humo. De repente, aparecen bultos formados por los puñetazos de los artistas desde la parte posterior mientras suena la banda sonora de Alain Mahé. Formas que prefiguran el nacimiento de un mundo y que se asocian a las cabezas de peces que Barceló ha dejado en su intervención en la Catedral de Mallorca. Avanzan con golpes desde detrás manipulando la arcilla y se entreven las manos de Barceló y Nadj que aparecen en escena vestidos de negro y con camisa blanca y sujetando útiles propios de la cerámica realizados a propósito y de gran formato. Comienzan a trabajar la superficie del suelo levantando conos extraordinarios y bolas de barro que lanzan sobre el plafón, a la vez que trabajan con trazos y hendiduras el espacio. Es interesante ver como trabajan el material, especialmente como Barceló con los dedos y un solo trazo marca, en el centro, la columna vertebral de un extraño animal, el gesto del artista realizado con el mínimo esfuerzo casi en el aire. Hay algo muy físico en esta intervención: es una lucha contra la materia para construir la forma. Es una obra de contrastes: moldean y rompen, construyen y destruyen. A veces pareces estar en una sala de partos y otras en un matadero. Y no sólo se produce con las herramientas sino con las manos, con los pies: una auténtica pelea con el barro y cada puñetazo deja una huella y salpica.
El primer tramo,- el espectáculo dura una hora es una propuesta de intenciones. Barceló y Nadj buscan la esencia del proceso que les lleva a la realización de una obra. El proceso es lo importante. La obra es relativa, arbitraria, cambiante y además efímera. No sobrevivirá a ninguna representación, no perdurará después de los diez días de representación, días que no serán prorogrables, ni se representará en ningún otro lugar. Este es el trato: el compromiso en un proceso de limitado espacio y tiempo. El segundo tramo está estructurado entorno a convertirse ellos mismos en barro, en formas de barro. Y así se lanzan objetos reconocibles como jarras y las modelan en la cabeza creando un animalario de imágenes fantasiosas, casi medievales, antropomórficas. Algunas imágenes que nos recuerdan los cráneos de un gabinete de curiosidades y otras más reconocibles, como las cabezas de un elefante o de un cerdo. Barros que modelan como mascaras y luego lanzan al gran lienzo de arcilla que ya va siendo una composición definitiva. La parte final presenta una variante. Ambos artistas ya no actúan a la par, ni en un mismo plano. Ahora es Barceló quien actúa sobre Nadj, es quien crea mientras el otro es ya obra, barro humano, y le coloca varios jarros y tubos de arcilla en los brazos hasta hundirlo en el propio plafón. Allí Nadj queda incorporando, formando parte del gran lienzo. Y es entonces cuando el pintor lanza con una manguera pintura blanca sobre la composición. Es de una potencia visual fascinante el momento en el que apunta para el techo de la iglesia y llueve blanco sobre la composición. Recuerda los episodios de Danae y del Vellocino de Oro que hemos visto en la pintura antigua, de Tiziano a Luca Giordano. Cae del cielo nieve que convierte la arcilla en puro blanco. Y es entonces cuando Barceló coge las herramientas más afiladas y dibuja una suerte de gran cabeza o cráneo sobre la composición y del blanco ahora surge la tierra, en un proceso al inrevés. En medio, dos ojos. En uno ya está Nadj convertido en obra, casi fosilizado, y en el otro penetra el pintor.Ambos desaparecen. Han sido comidos por el propio monstruo creado y entran como las almas en el infierno que tanto recuerdan la acuarela que el propio Barceló realizó para el último canto del Infierno de Dante: ” salimmo sú, el primo e io secondo,/tanto ch’i’ vidi de le cose belle/che porta’l ciel, per un pertugio tondo;/ e quindi uscimmo a riveder le stelle”. ( subimos, él primero y yo segundo;/y entonces pude ver las cosas bellas/que el cielo da,por un hueco rotundo:/ y otra vez contemplamos las estrellas”).
Artur Ramon Navarro
Publicado en La Vanguardia el 2 de agosto de 2006