La Pedrera, Setiembre 2006-12-29
La mayoría de grandes pintores no fueron o no son grandes escritores y viceversa. Podriamos convenir en que pintura y escritura son dos maneras de comprender o captar la realidad y no tienen porque caminar juntas. Es más, no acostumbran a hacerlo. ¿ Qué escritos recordamos de los grandes maestros antiguos y modernos?. Tan sólo algunas cartas más o menos esclaredoras de las dudas ante el lienzo en blanco. Descripciones del oficio de pintar más que reflexiones sobre la pintura. ¿Y los escritores?, ¿recordamos algunas pinturas de relevancia?. Más bien no. Algunos dibujos simpáticos de Lorca o de Alberti como acompañamiento de sus letras. Siempre alguna excepción confirma la norma. Y el caso de Dalí es paradigmático. Fue tan buen escritor como pintor aunque me temo que ha pasado a la historia más como el primer actor del show-business del arte que como lo que realmente fue. Del gran artista del siglo XX, Picasso, recordamos alguna prosa torpe, infinitamente menor de su monumental obra artística.
La obra escrita y pintada de Ramon Gaya son como dos afluentes de un mismo rio: no sólo marchan en paralelo sino que no podemos entender una sin la otra, son perfectamente complementarias. Tanto es así que el día de la inauguración de esta muestra oí decirle a un amigo de Gaya que cuando le premiaron al pintor con el premio Velázquez podrían haberlo hecho también con el Cervantes. La obra escrita de Gaya tiene mucho que ver con su obra pictórica, ambas estan hechas de narración y de observación al vez, de crónica de sus viajes o de memoria, y tambiénde citas a los maestros antiguos que tanto admira, algunas de las cuales son muy evidentes y otras hay que buscarlas en el trasfondo de sus obras. Por encima de estas consideraciones, Gaya es un poeta. Sin poesía no podríamos entender su propuesta estética que va más allá del espacio y del tiempo y es una isla singular entre las corrientes de las vanguardias entre las que vivió. De hecho, esta exposición es una oportunidad esplendida para recorrer su trayectoria a través de obras muy bien escogidas. En la visita, nos damos cuenta que más allá de sus inicios en los años trenta, dubitativos cercanos al Cezanne,-fuente de la que beben todos los pintores modernos- a la pintura metafisica italiana, y a los máximos representantes de la Escuela de París como Grau Sala, Gaya deja muy pronto de buscarse en el espejo de los pintores que admira para ser un pintor propio y crear un mundo propio, lejano a las modas, como desubicado en el tiempo que le tocó vivir. Gaya pertenece a la especie de pintores atemporales, cuyas obras han fluído como autistas, personales e intransferibles, obras que buscan la verdad en el ejemplo de los maestros antiguos y en la observación de la naturaleza. A esta especie pertenece Gaya, como también Balthus o nuestro Luis Marsans.
Centrémonos ahora, sin más dilación, en el cuadro que he escogido y que motiva este comentario. Se trata de La barca en el Sena, un pastel de 30 x 24 cm, realizado en París en 1952. rastreando en sus diarios he encontrado esta cita que bien podría acompañar la imagen: “Hoy he comprado tres estampas de Hirosighe”,frase escrita el 29 de noviembre del mismo año que data el pastel. No sabemos que grabados compró Gaya del maestro japonés pero si podemos comprender la influencia que le causaron y que plasmó en este delicioso pastel realizado a la manera de una estampa japonesa. Vemos el rio a cierta altura, como divisado desde uno de los muchos puentes que en París los cruzan, con una barcaza en primer termino que evoca tanto las góndolas venecianas que acababa de ver como las embarcaciones que aparecen en las estampas japonesas y unos personajes diminutos en la riba izquierda con algunos árboles asomando, mientras en la derecha sólo se entreven algunas fachadas clásicas en París. Al fondo, ya en el horizonte, parece verse otro puente que enmarca como limite final la composición. Recuerda la serie de estampas de influencia occidental que realizaron tanto Hirosighe como Hokusai hacía 1800. Estampas en las que utilizaban efectos de claroscuro en las hojas de los arboles, recurso que aportaba un gran realismo a imágenes que acostumbran a ser muy planas. El pastel es una técnica que implica una gran dificultad técnica ya que, a diferencia del óleo o incluso la acuarela, no permite retroceder, no te concede el beneficio de la duda o del arrepintiemiento y por tanto debe ser muy directa y espontánea. Digamos que si en el óleo el pintor puede pintar mientras va buscando, en el pastel debe tener el tema y la composición concebido mentalmente y aplicarse sabiendo que no puede corregirse. Y aquí tenemos el resultado en esta vista que combina desde un punto de vista conceptual la influencia del arte del grabado japonés con la sensación atmosferica de París, aquella definición que pocos años después encontrariamos en la Rayuela de Julio Cortázar: Paris es una burbuja gris.
Con Gaya tenemos el privilegio de contar con su testimonio escrito para conocer que pensaba, que sentía. Apñrovechemoslo y volvamos a las páginas de su diario de Paris en ese tiempo. El llega a la capital del Sena después de viajar por Italia y Portugal. El 3 de diciembre escribe: “Por encima del ruido de la ciudad (sobre todo por la mañana) hay como un silencio , veo como un silencio; ayer al salir del hotel y…entrar en la calle me pareció descubrir de que se trata, en realidad del invierno.Es algo muy cerrado como un fanal, y transparente, transparente como un fanal. Es un silencio, diríase, como…piadoso que acoge en sí todo el ruido. ES un silencio tan extenso, tan grande que se traga todo el ruido: es superior al ruido, mayor y más alto que el ruido”. Ciertamente, París a veces te sorprende por ese silencio inmenso y crreo encontrarlo en esta vista del Sena desde un puente. Una vista que huye de lo pintoresco, quiere ser verdadera, esencia de la sensación que le causa la ciudad al pintor que tan bien escribe. Y así podría haber dibujado la silueta de Notre Dame a lo lejos como hubiesen hecho la mayoría de pintores ante este tema. Es demasiado sugerente una vista de Paris con l’Ille de France en el horizonte para no pintarla cuando la tienes enfrente. Pero Gaya no nos quiere describir París,-incluso sabemos que es esa ciudad por el titulo del rio que lleva la obra-, no quiere servirnos una imagen más de la ciudad, tipica como una postal turistica, sinó quiere condensar en este espacio un poco mayor que el folio donde escribe, la sensación que tiene al observarla desde un puente en pleno invierno. Y así, Gaya nos transmite el silencio del que escribe. Silencio sí y melancolia o soledad también como acostumbra a suceder en lo que Gaya nos dejó pintado o escrito y que en esta muestra tenemos la suerte de conocer.
Artur Ramon Navarro
Viladrau, 23 de Agosto de 2006