Lito Caramés | prazacatalunya.prazapublica.com
Las piezas de cerámica son compañeras de la evolución humana, hijas de la necesidad material y de los rituales estéticos. Desde siempre, también los artistas han creado sus propias formas de expresión artística. Ahora la galería Artur Ramon Art presenta piezas de cerámica del gran ceramista Josep Llorens Artigas, junto con los dibujos del polifacético Joan Miró. ¿Las piezas de barro permiten la igualdad en las relaciones entre un ceramista y un artista como Miró? Mirando el mural del aeropuerto de El Prat, ¿alguien reconosce uno tal Artigas?
Josep Llorens Artigas, L’Home del Foc
Artigas consideraba que la cerámica, por su privilegio de nacer de la unión de los cuatro elementos de la naturaleza, era el arte más puro y abstracto de todos. Por consiguiente, Llorens Artigas vivía la experiencia creativa como un medio de introspección, de expresión y de descubrimiento, en el que confluían el saber, la intuición y el espíritu: «Me vuelvo filósofo por culpa del oficio», confesaba a su amigo y crítico de arte Joan Teixidor. (Ricard Bru, comisario de la exposición Josep llorens Artigas y Joan Miró, 2021).
El ceramista Josep Llorens Artigas (1892-1980), sin duda el creador de cerámica más importante de Cataluña, se inició como pintor y luego se dio cuenta de que la cerámica era su medio de expresión artística. Ya en 1934 expuso con Dufy en París con magníficos resultados, tanto que, desde entonces, le cayeron encargos y exposiciones por todo el mundo. Una de las características de Artigas es que se especializó en trabajar el gres, un material de gran calidad que hay que hornear a temperaturas superiores a los 1.200 grados. Como afirma Bru, comisario de la exposición Artigas-Miró de la galería Artur Ramon Art, lo que a Artigas le atraía de la cerámica era esa comunión con la naturaleza; con las fuerzas primordiales de la vida: aire, tierra, agua, fuego.
Llorens Artigas trabajó en París, en Barcelona y finalmente en la localidad de Gallifa. Tuvo una profunda y fructífera amistad con Hamada Shōji (1894-1978), un ceramista japonés delicado y austero, cuyo mito influenció el maestro de Gallifa. Precisamente ahora, paralelamente a la exposición en la galería de arte barcelonesa, el MNAC presenta la Els Colors del Foc, una selección de piezas creadas por Artigas y Hamada. Esta exposición profundiza la relación de amistad y admiración que unía estos dos maestros ceramistas. Artigas acabó incorporándose al movimiento mingei, dedicado a la recuperación de la cerámica tradicional y popular japonesa. Fue un movimiento reaccionario a la industrialización y a las influencias occidentales; e influenciado por las propuestas artesanales del movimiento Arts & Crafts inglés. Sin embargo, las creaciones de Artigas evitaron las decoraciones excesivas («barrocas») y recorrieron los caminos de la austeridad, el equilibrio y las formas elementales, que ya se habían producido en la cerámica popular.
Joan Gardy Artigas en los esclarecedores escritos que dedica a la obra de su padre en el catálogo de la exposición de Artigas, L’home del foc (programada por La Pedrera en 2012), dice sobre las creaciones de su padre: “Las cerámicas de Artigas están fuera del tiempo, se puede decir que vienen de la prehistoria, de la era del fuego, el frío, el barro y la lluvia. Por las grietas del horno huyen el humo y el fuego; la temperatura es excesiva, la incandescencia nos mueve a pensar en el infierno, en Vulcano trabajando. La fuerza de los esmaltes de Artigas emana del fuego.”
Josep Llorens Artigas y Joan Miró. Galería Artur Ramon
Mi quehacer es para mí producto del amor y, también, algo religioso. He trabajado solo toda mi vida, lo que constituye un simple hecho, (…) Tengo dos herramientas: un torno de alfarero y un “kiln” u horno de leña, que mejoro cada vez que lo reconstruyo y del que casi puedo decir que es una invención mía… una invención, pero no una propiedad. (Llorens Artigas, Intervención en la Conferencia Internacional de Cerámica Dartington Hall, 1952).
La exposición (Artigas – Miró) que en estos meses del segundo año de la Pandemia Artur Ramon ofrece al público es un ejercicio interesante porque reflexiona sobre un hecho importante y perdurable en el tiempo: el taller de Gallifa, donde empieza la colaboración de Llorens Artigas y Miró y donde el primero acabó instalándose. Es cierto que en este caso Artur Ramon muestra dibujos de Miró y no cerámicas, pero el espíritu colaborativo también está presente. Joan Miró es un artista polifacético, inmenso y dueño de un lenguaje creativo muy especial, que ha ido modulando y retocando a lo largo de los experimentos que siempre realiza. Por ejemplo, lo marcará su primer viaje a Japón (1966). A partir de ese contacto directo con la cultura oriental, el color negro se convierte en un elemento esencial en la definición del dibujo; adquiere especial relevancia. A veces ese negro es un recuerdo de gestos caligráficos, mientras que en otras se convierte en el exponente de una manifestación furiosa, llena de ira y agresión. Para cerrar el círculo, el importante ceramista japonés, Hamada Shōji, se hizo amigo y colaborador de Llorens Artigas.
Joan Miró fue pintor, dibujante, escultor, ceramista, inventor de escritos y dibujos automáticos (cadáver exquisito), etc. La curiosidad y la capacidad de experimentación de este artista son infinitas, así que también se fue a Gallifa para trabajar con Artigas. A Miró le interesaba conocer los modos de experimentación que las comunidades humanas han practicado desde tiempos inmemoriales.
En la misma línea, la cerámica tiene la mano del hombre desde el Neolítico, por la necesidad de almacenar productos agrícolas. Desde entonces, el trabajo de la arcilla para la obtención de utensilios domésticos, decorados o sin decorar, ha sido paralelo a los vaivenes de mujeres y hombres a lo largo de los siglos. También hay que recordar que con arcilla se hicieron muchas figuras de seres superiores, para agradecer las cosechas o rezar para una mejor vida. También es interesante preguntar: ¿Quién empezó a hacer vasijas de barro? ¿Mujeres u hombres? Si las amas se quedaban en las casas, ocupadas con los niños, las comidas y demás quehaceres domésticos, también parece lógico pensar que fueron ellas las que iniciaron, de forma anónima, estas obras de barro en los ambientes domésticos. Las curvas de las piezas que hicieran las mujeres, ¿les parecería una barriga? Un vientre que se llena de alimentos, de riquezas. ¿Un útero fértil como los suyos?
Artigas-Miró. El taller de Gallifa
Miró preparaba la obra de gran formato que se convertiría en el mural cerámico de la UNESCO y esa visita a las cuevas de Altamira, junto a Artigas (1957), reafirmó aún más su concepción de la cerámica y el objeto en términos primordiales. Tal interés es uno de los ejes característicos del planteamiento de Miró durante la década de 1950 y se puede entender a partir de las marcas que el artista aplica a la superficie de sus cerámicas. Miró siguió el ejemplo de las marcas que los hombres primitivos imprimieron en la superficie de las piedras y más de los huesos, el de las líneas que trazaron sobre la superficie irregular de las paredes de las cuevas … (William Jeffett, Joan Miró i l’objecte, 2015).
Se conservan fotografías de Català-Roca, amigo de Artigas y Miró, en las que se puede ver a Miró rascando con una xiz, o pasando un pincel sobre plumas y losas que la naturaleza depositaba en las cercanías del estudio-taller de Gallifa, ahora sede de la Fundación Llorens Artigas. Como si fueran biografías paralelas, huyendo de la Segunda Guerra Mundial Miró se refugió en Mallorca (1942) y Artigas en Barcelona. Allí comienza a experimentar con la cerámica popular insular. Ese mismo año Miró visita una exposición de Artigas en Barcelona, y entonces comenzó la amistad, la necesidad de trabajar juntos. Juntos, no subordinados. Dos artistas. Sus esmaltes, creados específicamente para cada jarrón y madurados en el horno como una fruta, dice Joan Gardy Artigas, poseen la vida, la fuerza y el poder de las obras maestras. El hecho de que nunca repitiera el mismo esmalte puede ayudarnos a comprender el concepto que Artigas tiene de su obra: cada pieza es una obra de arte y, en consecuencia, un ejemplar único e irrepetible.
El trabajo de ambos artistas se fusiona a la perfección. Miró aporta a la cerámica la fuerza de su creatividad y la riqueza de su simbolismo, y Artigas consigue que su técnica, heredada de una antigua tradición, imprima texturas únicas en figuras y piezas. La UNESCO encargó a Artigas y Miró (para su sede en París) dos murales para la entrada del edificio: el mural del Sol y el mural de la Luna. Se trata de dos grandiosos murales, de más de 7 metros de largo, realizados en 1957 en cerámica esmaltada y policromada y compuestos por placas de cerámica. El reconocimiento logrado con estos dos trabajos ha propiciado la llegada de nuevos encargos para otros murales, tanto en instituciones públicas como privadas. Entre otros, podemos mencionar el mural para la Universidad de Harvard, el realizado para el Solomon Guggenheim Museum (Nueva York), el de la Fondation Maeght (Francia), otro para la Feria Mundial de Osaka, el aeropuerto del Prat de Llobregat, el del Palacio de Congresos de Madrid, etc.
La propuesta actual de Artur Ramon Art, Artigas – Miró, es una de esas oportunidades que surgen de vez en cuando para el deleite de la curiosidad humana.
Lito Caramés