Cultura|s La Vanguardia
Sábado, 29 junio 2019
La lágrima que como una perla recorre el rostro de la Magdalena en el Descendimiento de Van der Weyden. La cabellera cobriza de la ninfa desnuda de Tiziano en la Bacanal. La peca en la sien de la hermana de Carlos IV en el retrato familiar de Goya. Los pechos como frutos que nos ofrece la cortesana de Tintoretto. El telón azul de fondo de Patinir mientras Caronte transporta las almas. El fuego infernal de El jardín de las Delicias que El Bosco vio de niño. El arrepentimiento en la pierna de Nicolasito dando patadas al perro de Velázquez en Las Meninas. El collar de perlas en la Venus que sujeta a Adonis del Veronés. Los tres limones sobre fondo negro de Sánchez Cotán. El culo celulítico de la gracia de Rubens. La piel de aceite en uno de los chicos en la playa de Sorolla.
El sensual rostro de muchacha veneciana en la Inmaculada de Tiepolo. La jarra de loza blanca de Zurbarán. La golondrina que se posa en el capitel de la Anunciación del Fra Angélico. El azul mineral en los ojos de Felipe II en el retrato de Sofonisba Anguissola. La uña negra del pulgar del San Bartolomé de Ribera. La oreja derecha de murciélago del retrato de caballero anciano de El Greco. La barba de mármol del Cristo de Vallmitjana. El amor familiar que se respira en la Sagrada Familia del pajarito de Murillo. El efecto de moaré de la muceta de seda roja del cardenal de Rafael. La trenza que como una diadema recorre el cabello de la Santa Bárbara del Parmigianino. Y la misteriosa mano muerta en el suelo cerca del sombrero de copa en el Fusilamiento de Gisbert.
Artur Ramon Navarro