miradorarts.com | 30.11.2020
De entre los diversos tipos de coleccionistas, el de mariposas es el más genuino porqué conjuga la caza de imágenes bellas con su clasificación.
Posesión y clasificación. Pasión y rigor. Intuición y nostalgia. Acción y narración. Arte y ciencia. Sólo hay que ver en una fotografía conocidísima la cara de niño travieso de Vladimir Nabokov, armado con su cazamariposas sobre una colina en busca de un mundo perdido.
Construir una colección es inventar un mundo, dibujar una autobiografía. De niño, el autor de Lolita descubrió en la casa de sus abuelos de Vyra, al sur de San Petersburgo, libros ilustrados con insectos lepidópteros. Tenía ocho años. El resto de su vida se dedicó a atrapar ese sueño y a clasificarlo lentamente con las agujas, tanto cuando lo hacía en su colección particular como cuando ordenaba las especies de la Universidad de Harvard: «no puedo separar el placer estético de ver las mariposas, y el científico de saber qué son » dijo.
A diferencia de Julio Cortázar, que no podía soportar ver las mariposas clavadas en un cartón, Nabokov disfrutaba igualmente como explorador entomológico que como escritor de perversiones. Su hijo Dimitri explica que el escritor, agonizante en su lecho de muerte, llevado por los fantasmas que aparecen cerca del necesario final, lloró; una lágrima recorrió su rostro como una estrella fugaz cuando una mariposa amarilla despidió su último aliento.
En la imagen: Vladimir Nabokov a Montreux, Suïssa, 1966. Foto: Philippe Halsman.