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Biografia
Joaquim Mir es, sin duda, el gran paisajista español de finales del siglo XIX y principios del XX. El planteamiento pictórico personal, atrevido e intuitivo, es consecuencia de una experimentación constante, valiente y sin límites, que le llevó a conseguir resultados únicos.
Aunque matriculado en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona, Mir desarrolló una formación de carácter autodidacta, combinada con las clases en la academia privada del pintor Lluís Graner (1863–1929). Interesado por la temática del paisaje, en sus inicios se relacionó con un grupo de artistas de su generación con los que captaba paisajes suburbiales en los que los amarillos son protagonistas; entre ellos, destacan creadores como Isidre Nonell (1872–1911), Ricard Canals (1876–1931) o Ramon Pichot (1872–1925). Mir formó parte del círculo de modernistas de Barcelona que se reunían en la taberna Els Quatre Gats, donde conoció a un joven Picasso (1881–1973). Allí expuso asiduamente desde 1897, combinando estas exhibiciones con otras de carácter más formal, como las realizadas en la Sala Parés.
A pesar de algunos reconocimientos puntuales, como las medallas en certámenes oficiales y alguna mención honorífica, Mir decidió alejarse del circuito artístico para encontrar un lenguaje personal con el que poder expresarse libremente. Esta motivación le llevó a instalarse a partir de 1899 en Mallorca, donde quedó fascinado por la naturaleza pura y salvaje, apenas intervenida por el hombre. Las grutas, cuevas, torrentes y calas se convirtieron en protagonistas de sus composiciones. Éste fue seguramente uno de los principales momentos de su trayectoria, ya que allí conformó una nueva manera de pintar, donde los colores arbitrarios y las pinceladas crean composiciones intuitivas y libres que coquetean con la abstracción.
En 1904, el artista sufrió una caída que le dejó inconsciente y le obligó a regresar a Cataluña para ser internado en el Instituto Psiquiátrico Pere Mata de Reus durante casi dos años.
Posteriormente se instaló en el Camp de Tarragona, donde continuó con su interpretación libre del paisaje, una síntesis que a veces se acerca a la abstracción. A pesar de su valentía, su pintura empezó a ser valorada por el resultado audaz y diferente. Así, las exposiciones en la Sala Parés se sucedieron continuamente, sobre todo cuando Mir ya estaba en plena madurez y su vibrante paisajismo empezaba a ser más moderado y contenido. En 1921 fijó su residencia definitiva en Vilanova i la Geltrú, donde vivió hasta su muerte, en 1940. Esta etapa representó su consolidación en el mercado artístico, no sólo local sino también internacional, ya que participó en exposiciones celebradas en Londres y Buenos Aires, donde sus obras fueron valoradas y adquiridas por integrar colecciones importantes de la época.
Su independencia le llevó a hacer una auténtica y profunda revolución en su pintura, donde la mancha, la impresión, el color arbitrario, la espontaneidad y la libertad de la pincelada configuran obras que superan el planteamiento inicial del fauvismo, y que incluso se avanzó a la abstracción y vanguardias de principios del siglo XX.