miradorarts.com | 18 enero, 2021
El próximo 28 de enero, en uno de los pisos altos del rascacielos que Sotheby ‘s tiene en Manhattan, se subasta un Botticelli.
Se trata de un retrato de un chico joven y hermoso, que parece insertado en una caja de madera. Pertenece a la década de entre 1470-80, cuando Botticelli depura y economiza sus retratos reforzando la imagen frontal y recortando la figura sobre un fondo neutro.
El retratado –no se sabe exactamente quién es pero se apunta el nombre de Giovanni da Medici, hermano de Lorenzo el Magnífico– mira directamente al espectador como un joven modelo de hoy miraría, seguro y eterno, a cámara. Los ojos claros con los que nos interroga contrastan con el cabello dorado tirando a rojo, strawbery blonde dicen precisamente en inglés. Parece talmente el hermano de la Venus que Botticelli hace salir de una concha. Rostro angélico y andrógino que destaca sobre el azul de un cielo radiante tras una nevada. De hecho, el cuadro es, entre otras cosas, una apología de las diversas variaciones del azul que culmina con su vestido ya tirando a gris que anuncia el uniforme maoísta.
Lleva un objeto que sujeta con las dos manos: un pequeño tondo pintado sobre madera de un santo del Trecento, una rareza que ha llevado de cabeza a los especialistas. A pesar de las diversas opiniones sobre el porqué de esta obra dentro de la obra parece que existe el consenso de que se trata de una pintura del sienés Bartolomeo Bulgarini, pero no se sabe si sustituía un medallón pintado por Botticelli o el propio artista optó por incorporar un elemento anterior a su retrato.
La procedencia no puede ser mejor. Viene de una familia de pedigrí, los Newborough del norte de Gales. Está estimada en ochenta millones de dólares, pero posiblemente superará los cien. El actual propietario, Sheldon Solow, no podrá enterarse del resultado. Con noventa y dos años, en noviembre pasado murió. Sus herederos deberán decidir si con el dinero recibido impulsan la fundación de arte que su padre quería iniciar o lo dedican a otros menesteres.
Habrá una familia catalana que estará muy pendiente de esta venta. Se trata de los Guardans i Cambó, que tienen otro retrato de Botticelli, el de Michelle Marullo Tarnacota, depositado durante muchos años en el Prado y que está en venta. Sólo se conocen doce retratos de Botticelli en el mundo, la mayoría en museos y colecciones privadas. No deja de ser un acontecimiento extraordinario que ahora mismo haya dos en venta.
Si son piezas similares, ¿por qué el de Nueva York se estima en €80M y por el de los Cambó se piden €30? El problema del retrato Cambó es que no tiene permiso de exportación porque el Ministerio de Cultura lo declaró BIC (Bien de interés Cultural) y, en consecuencia, es inexportable. Esto no quiere decir que, al no tener una demanda global, el precio se devalúe dramáticamente y los sesenta millones –la imagen es menos atractiva y presenta peor estado de conservación que el de Nueva York– en los que estaba asegurado cuando colgaba del Prado, hayan quedado reducidos a treinta y que, a pesar de la sustancial rebaja, con este precio sea muy difícil de encontrar un cliente, institucional o particular, en España.
El anterior Ministro de Cultura José Guirao declaró que su destino era el MNAC, lo que no dijo entonces es quién y cómo lo pagaría. La situación es absurda e injusta para los Cambó, que se ven atados de pies y manos para vender un Botticelli que, por cierto, fue adquirido por el patriarca, Francesc Cambó, en 1932, a un empresario berlinés, y lo tuvo en un caballete en su despacho durante años.
El problema de todo esto es la ultraproteccionista Ley de Patrimonio que tenemos, de 1985, obsoleta, que no protege el justo equilibrio entre la salvaguarda del patrimonio y el libre mercado del arte. De este asunto, que da para más espacio del que se supone dispongo en este breviario, me ocuparé otro día…
Artur Ramon