30 septiembre, 2020 | miradorarts.com
por Roberta Bosco
Aunque los primeros objetos de barro modelado se remontan al Paleolítico, es en el Neolítico cuando aparece el vacío, el espacio interior que da origen a las primeras vasijas, marcando uno de los grandes hitos de la historia de la humanidad.
Lo que supuso una verdadera revolución para la calidad de vida del ser humano, no tardó mucho en enriquecerse con una finalidad decorativa, cargada de múltiples potencialidades narrativas y simbólicas, sin perder nunca su característica utilitaria.
En esto y mucho más hace pensar la exposición El arte del vacío. Ceramistas contemporáneos, recién inaugurada en la galería Artur Ramon Art. La muestra, que propone un recorrido cronológico por la obra de los ceramistas catalanes más destacados de las últimas décadas, tiene un enorme poder evocador y una asombrosa capacidad de apelar al imaginario del visitante, empujándole a investigar acerca de algo que, pese a ser muy cercano y casi doméstico, finalmente resulta más sorprendente y desconocido de lo que nunca esperaría.
La cuidada selección realizada por Mónica Ramon y Caterina Roma –que también participa en la muestra con unas obras de arcilla salvaje, gres y porcelana trabajadas con la ayuda de ceniza y llama–, junto con una puesta en escena especialmente lograda, convierten esta exposición en un verdadero descubrimiento.
Desde el primer momento, el impacto visual es sorprendente. Las piezas que acogen al visitante en la entrada son casi una declaración de intenciones y, a la vez, una especie de sinopsis de la propuesta; o un prólogo de lo que le espera en la sala grande de la galería. Un jarrón de Josep Llorens Artigas, padre de la cerámica catalana contemporánea, preside el conjunto inicial junto con una escultura de Tàpies, que queda en los límites de la muestra (de hecho, ni siquiera forma parte del catálogo) y una de Madola (Barcelona, 1944) nombre artístico de Maria Àngels Domingo Laplana, conocida por sus formas orgánicas, que conjugan elementos tradicionales con el arte más contemporáneo y conceptual.
“Siento la profunda necesidad de representar las cosas que me rodean, reproducidas a una escala distinta de la real”, explica Madola, quien, con sus piezas escultóricas alejadas de la mera funcionalidad, refuerza los conceptos que otorgan a la cerámica la dignidad de obra de arte. Las piezas de estos tres artistas son las más caras de una selección que, al fin y al cabo, resulta muy asequible; tan solo es cuestión de cambiar el enfoque y optar por una pieza única en vez de un bolso de marca.
Acompañan a este poderoso trio una serie de Claudi Casanovas (Barcelona, 1956), que utiliza reminiscencias geológicas y arqueológicas para ofrecer diferentes versiones del bol, el crisol y el mortero, y una serie de Penélope Vallejo (Santa María de Palautordera, 1978) que representa el paso del tiempo, el cambio y la evolución del ser humano y su entorno. Vallejo consigue el aspecto final de la obra vistiéndola con una piel de porcelana, delicada y frágil, que se rompe durante la cocción, creando un efecto hermoso e inesperado.
Es la primera de una serie de piezas que atraen poderosamente la atención porque parecen algo que no son, es decir que, al verlas, imaginas unas texturas, una consistencia e incluso una temperatura, que en realidad no tienen. Son obras que gritan, pidiendo ser tocadas. En el caso de Vallejo, la capa de porcelana crea la sensación de una sutilísima gasa que envuelve la vasija, dejando al descubierto su interior, mientras que en las piezas de Joan Serra (Mataró, 1962) el efecto de craquelado revela un material que, sin serlo, parece esponjoso e incluso apetecible como un pastel de chocolate recubierto de merengue horneado. Por supuesto, nada más lejos de la realidad, pero la sensación permanece.
Es lo mismo que pasa con las obras de dos catalanes de adopción Dameon Lynn (Sunderland, Inglaterra, 1972) y Corrie Bain (Caithness, Escocia, 1979). Lynn, conocido por sus experimentos con los efectos de la cristalización natural de las cenizas, crea unas vasijas decostruidas y reconstruidas que parecen envueltas en vendas, mientras que Bain utiliza porcelana de Limoges, para materializar imágenes de microscópicas semillas, microorganismos, polen y fractales, en una nueva acepción del significado de realidad aumentada.
Son recipientes inusuales y formas insólitas que juegan con el vacío y requieren ser miradas desde sus múltiples perspectivas. En total, hay creaciones de 19 artistas de cuatro generaciones, que reinterpretan un arte antiguo, con nuevos materiales y técnicas personales. Tal y como afirma Caterina Roma en su texto para el catálogo “aunque las obras no responden necesariamente al canon estético de una época, nos permiten ver de qué manera ha ido evolucionando la cerámica desde el momento en que se desprendió del legado exclusivo de la tradición”.
La exposición El arte del vacío. Ceramistas contemporáneos se puede visitar en la galería Artur Ramon Art, de Barcelona, hasta el 27 de noviembre.