LA VANGUARDIA, 23.02.2019
Un paradigma es un ejemplo o un modelo, metafóricamente un espejo. Y Sánchez es uno de los apellidos más comunes entre nosotros. Aquí no me refiero al presidente del Gobierno sino a Carmen Sánchez, una mujer que falleció en el 2016 con 86 años y que en su testamento dispuso dejar al Museo del Prado casi un millón de euros y una casa en Toledo, dinero “para la adquisición y restauración de cuadros, específicamente”.
Esta licenciada en Historia y pedagoga fundó y dirigió en 1973 el colegio Nervión en Madrid de enseñanza concertada bilingüe (español-inglés), era Amiga del Museo del Prado desde hacía trece años y asistía discretamente a más de veinticinco cursos. El Prado desconocía las intenciones de la donante hasta que se leyó la herencia en el 2017 y ya trabaja para dar a conocer el paradigma Sánchez. Es decir, como explicar este caso en un país como el nuestro de poca tradición de mecenazgo, donde el arte no es tratado como cultura sino como lujo, un prejuiciono sólo enraizado en la psicología colectiva sino en Hacienda y que ha impedido
una ley de mecenazgo similar a la de países de nuestro entorno como Francia o Gran Bretaña.
Aprovechando el año del bicentenario, recién inaugurado, el Museo del Prado prepara una exposición de obras compradas o restauradas con los fondos de Carmen Sánchez, una mujer que amaba el arte y que quiso aportar desde el anonimato. El mecenazgo serio, como la caridad, nunca tiene rostro. Lo demás es egolatría disfrazada de filantropía culturalista, su reverso.
Artur Ramon