Es muy difícil resistirse al encanto de los gabinetes de curiosidades. Nacieron en una época en que el conocimiento se acumulaba a través de cosas materiales, fueran libros u obras de arte, y no en nubes virtuales.
Los gabinetes reunían objetos curiosos, difíciles de encontrar, valiosos desde el punto de vista histórico y / o científico o simplemente bellos y mezclaban piezas artísticas con trastos, fósiles o arqueologías diversas, uniendo arte y ciencia. Pequeños museos privados avant-la-lettre.
En el marco de las prácticas artísticas contemporáneas, la idea de acumulación es también frecuente, aunque a menudo con objetivos puramente documentales, pero la fuerza del modelo del gabinete de curiosidades clásico no ha muerto, como se demostró con la gran cantidad de instalaciones de este tipo que se exhibieron en la Bienal de Venecia de 2013. Con este espíritu, Frederic Amat (Barcelona, 1952) y la galería Artur Ramon Art han recreado un gabinete de curiosidades, en la que obras del artista dialogan con antigüedades del fondo de la galería.
A modo de gran instalación y ocupando una gran superficie de pared, Amat, haciendo gala de su condición de artista que transita por disciplinas diversas desde la escenografía hasta el cine, ha reciclado unos estantes de madera que utilizó para el decorado del monólogo teatral El testamento de María, de Colm Tóibín, estrenado en 2014. Es un reciclaje del reciclaje ya que los estantes provienen de la histórica tienda de tejidos barcelonesa Ribes & Casals.
Es en estos estantes, con toda su pátina, donde Amat ha colocado más de un centenar de objetos muy diversos pero que finalmente la proximidad física en un espacio reducido convierte en hermanos, a pesar de ser de épocas y estilos diferentes. Pinturas de pequeño formato, cerámicas y esculturas del mismo Amat conviven sin complejos con antigüedades como un crucifijo flamenco del siglo XVII, un dibujo de José de Madrazo, una virgen románica castellana, aguafuertes de Piranesi, arquetas, incensarios, botes de farmacia u objetos de vidrio. Junto a las obras antiguas, las pinturas y cerámicas de Amat retroceden en el tiempo. ¿O quizá son las antigüedades las que se avanzan?
Las obsesiones iconográficas de Amat, como los ojos, por ejemplo, parecen reflejarse como en un espejo en detalles como las aceitunas en relieve de un plato de engaño leridano del siglo XVII. Es un continuo juego de correspondencias semánticas y estéticas, que seguro que esconde secretos que Amat, también coleccionista sin complejos, ha preferido callar, pero que invitan al espectador a una observación minuciosa del montaje.
Para complementar la instalación, se exponen dos obras de Amat más y un conjunto de nueve piezas recientes de la serie Cartografías, en las que el azar actúa en el papel creando mapas. Al fin y al cabo, la geografía también formaba parte a menudo de los gabinetes de curiosidades, en un momento de la historia en que el ser humano empezaba a calcular con precisión su situación física en el mundo. Más allá del espacio, en esta muy sencilla pero sugerente exposición de Frederic Amat, los tiempos, las épocas, los siglos se funden. O, mejor dicho, no existen.
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